Despertó aquella mañana de un
día del mes de abril; estaba radiante, desmaquillada, despeinada, el brillo de
sus ojos era tan natural, hacía un par de años ya que sus cicatrices se habían
cerrado por completo, su cuerpo y alma lo sentían. Se preparó su café, tomó una
ducha, ese día era un viernes, se vistió con sus jeans, tacones, una blusa
blanca con transparencias sensuales y se dirigió a su oficina; mientras
conducía en su auto, escuchaba aquella canción que le llegaba al alma, por las
ventanas de su auto miraba las calles con olor a brisa de mar, las palmeras,
los semáforos, el trafico la detenía y
aprovechaba para devolver la canción, por una extraña razón sentía que ese día
esa canción tenía algo diferente, la había acompañado en algunas tristezas pero
sentía como un suspiro en ella, como si alguien se la estuviera cantando al
oído…
Transitaba ese día entre la
laguna y la playa, en uno de los semáforos, a su lado, se detuvo un coche y
observó a un hombre cantando a todo pulmón la canción que ella también iba escuchando,
esto le pareció muy llamativo y una bonita casualidad, de repente ambos se
miraron, todo un mundo de posibilidades hay en dos miradas que se cruzan
repentinamente, el semáforo cambió a verde y cada uno continuó su viaje, dos
miradas, un cataclismo...
En su oficina esa tarde
cantaban los pájaros como nunca, llegó el cliente de la tarde y la sorpresa fue
ver que el cliente era el hombre que se había detenido en aquel semáforo
cantando la misma canción, ambos se miraron, algo pasó en esa mirada que los
hizo sentirse conocidos, sonrieron, se presentaron y conversaron sobre sus
negocios; ella era manager de una
agencia de modelos y de publicidad, él un empresario que necesitaba un
lanzamiento para su marca, ambos sabían que se iban a tomar un café y no en la
oficina.
Días después ya conversaban no
de negocios sino de sus vidas, empezaron a compartir sus gustos, su música, las
charlas con café eran más frecuentes, duraban hasta tres, cuatro horas
conversando, ella era viajera del mundo y le contaba sus historias, a él le
fascinaba la naturalidad con la que hablaba, le sorprendía que detrás de ese
rostro tan hermoso, de las múltiples caras que tenía en sus eventos, fuera tan
sencilla y tuviera tanta bondad en su corazón.
Ambos cansados de cenas en
restaurantes finos y de lujos a veces innecesarios, caminaban por la playa,
hablaban de la vida, del amor, del desamor, de las almas, de su proyectos, de
sus hoy, en la noche de ese día ella lo llevó de la mano por el parque, lo
llevó a su casa, preparó la cena y lo besó como se besan a los amores que se
esperan toda la vida, él recorrió su piel como si su destino por fin hubiera
sido encontrado, la ropa por todo el suelo, le besó la espalda como quien besa
un ángel, le besó el resto como si el fuego estuviera en sus labios, por fin
había amanecido en sus cuerpos y habían validó todas las noches oscuras en
soledad.
Se conocieron tanto en tan
poco tiempo que nunca había sentido tantas emociones y sensaciones; pero
aquella mañana recibió una llamada de él: “debo viajar hoy mismo, ya estoy en
el aeropuerto, solo serán un par de semanas”. Ella se dijo a sí misma, no vida,
otra vez no, ya había sufrido mucho por eso anteriormente, sus cicatrices
tenían ese nombre: la distancia.
La vida le tenía una prueba
pero sabía que ella la resistiría; no pasaba ni un solo día que él no la
llamara o le escribiera, le envió cartas a mano, le enviaba canciones, le
hablaba al teléfono como si estuvieran cerca y aun así, con la distancia, cada
día se sentían más unidos, eran ellos, no hacía falta nada más, salvo estar de
nuevo juntos para sentirse desnudos de alma y cuerpo.
Un día él no le escribió ni la
llamó, ella lo intentó ubicar pero fue imposible, como solo eran un par de
semanas ella no tenía más números de teléfono a donde ubicarlo; pasó un mes y
ella no tenía noticias de él, las noches de insomnio volvieron, la depresión también,
ya había vivido eso y solo se preguntaba ¿Por qué otra vez, por qué vida me va
tan mal en el amor?
A él un terrible accidente en
auto lo dejó en coma, treinta días en que el mundo no existió para él, las esperanzas
de que regresara a veces se diluían como una gota de agua en el mar; un día
despertó, sentía en su mente que alguien lo había estado llamando en todas esas
noches y días en oscuridad, como si una mano lo intentara sujetar, como si al oído
la voz de ella le susurrara que lo estaba esperando, que se apurara, que no se
marchara aun. Tomó su teléfono y la llamó, cuando ella lo escuchó, lloró, un
llanto que la había ahogado muchas noches, no podía entender que había sucedido,
porque él se había desaparecido así, hasta que él le contó todo.
Aquel día cuando iba camino al
aeropuerto se detuvo por casualidad en ese mismo semáforo donde se vieron por
primer vez, mirándose en el espejo se aplicó lápiz labial rojo y casi como una casualidad del universo volvió
a sonar en su radio la misma canción que cantaban aquel día de abril; cuando él
la vio, la abrazó como se abrazan a las personas que se han esperado toda la vida,
se arrodilló y le pidió matrimonio, le dijo que desde aquella tarde de abril
supo que la había encontrado en esa canción, que esas noches y días que no
existieron para él era ella la que lo había salvado y que desde ahí siempre es
de noche, pero su sonrisa y su piel es la luz que quitó la oscuridad y la desea
contemplar muchos instantes, que su vida deseaba un solo amanecer, su amanecer.
Ella supo, cuando lo vio de
nuevo, que ese día de abril había sido su día.
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