Recuerdo como
las horas, instantes ínfimos de placer,
se fueron consumiendo lentamente en la
aurora gris,
cada una y
cada soplo de humo fue consumiendo la vida con fulgor
pero sin
contar con el futuro instantáneo,
con el
presente extendido a dos segundos;
siempre se
alargaba hacia la cúspide el sufrir,
los ideales de
polvo blanco de luna y de rayos dorados
circundaban
los pulmones eufóricamente, pero quemaban.
De repente manos extrañas se acercaban
para complementar
la hoguera de
situaciones, algunos uniéndose piel con piel,
poro a poro en
mis sentidos;
otras
desmembrando mi último aliento
hasta agotar
el inventario de mis pensamientos.
Ahora recuerdo
la vuelta de la esquina
que vio mi
caminar lento, taciturno,
recuerdo la
lluvia que cubrió mi cabello
hasta disolverlo
en una hoja en blanco
plasmando esas
alas negras cuadro a cuadro.
Es ahora
cuando comienzan caballos sin crines a redoblar,
su
escalofriante galopeo se siente en toda mi sangre,
caballeros cuasiespadas
atormentando la soledad amada
de mi silla
nocturna,
musas como
pocas que logran descubrirme
en una sola
mirada, todos mis miedos en uno solo,
en una sola
llamada calcinante,
hoguera
traspasando arterias.
Entraña lo
desconocido de un alma no común,
no heroína de
triunfos básicos,
y ella se encarga
de encontrar la pregunta aguda…
aguda,
embriagante, clara ¿Confusa?
locura,
desespero, sentidos, piel, alma,
corazón
llevando al extremo de la no-razón, de la no-verdad, no, no, no.
Recuerdo como
cada soplo de aliento
se enfrentó
derrotando mis instintos de gladiador silencioso,
héroe sin
batallas, cóndor sin paramo.
Frio,
escalofrío, calor, no-existencia, silencio,
fantasmas
humanos escrutando el sepulcro
de mi respirar
cansado, música ensordecedora ¿muda?
un muro de
humo queriéndome envolver en su interior
y llevarme al
abismo de las almas;
corro, corro,
camino despacio, lento,
me oculto
detrás del rayo, aparentemente me refugio,
pero detrás
del rayo la tormenta es más fuerte
y lo
incandescente va por dentro;
se iluminan
aquellos miedos que se salen por los ojos,
mirada
vulnerable y no valerosa.
Recuerdo a
todas, a cada una danzando
interiormente
en carnaval romano,
fornicando con
mis máscaras, quemándolas,
dejándome
transparente a los ojos de Calíope,
sin parapetos,
sin nada, todas se llevaron lo mejor de mí,
de mis días,
de mis luchas y así la madrugada
haya sido de
soledad,
no les quede
debiendo ninguna gota de sudor.
¿Merezco el
abrazo cálido en el fondo del mar?
Las corrientes
tibias corren por lo alto,
mi
egoísmo no me deja alcanzarlas
¿demasiado
tarde, muy temprano, justo ahora?
“Alguien
recordaba su máscara blanca, gris, tragedia, horas, años, siglos”.
Me aferro ya
no al recuerdo sino a alas diáfanas
que alcancen a
cubrir
desde lo alto
mi mirar,
me aferro a
ese aliento,
catarsis en el
interior que avive mis sueños de nuevo,
me aferro al
universo,
a mi amigo de
quinientos años,
a mi sangre
sonriéndome,
me aferro a
mis letras, a mi café, a sonrisas claras,
me aferro a
las no máscaras…
reencontrándome.