Mientras su cabello bajaba por su espalda marcando
la suavidad de la tarde, sus manos hacían arte; cada forma, cada figura, cada
textura en sus dedos eran magia. Cantaba, movía su cintura, aquella alegría
quedaba en cada gota del dulce que preparaba. Despacio, los ingredientes se
mezclaban con el movimiento de todo su cuerpo, que en sus manos, concentraba la
pasión que después el paladar sentía.
Sol, lluvia, viento, noche, cada momento era
perfecto para ella. Colores y sabores llenaban esas tardes en que el tiempo se
detenía en su mundo. Ella era el aroma, la vida, el sabor. Cada pedazo de sus
creaciones eran manjar que al contacto de los labios y lengua producían las
sensaciones más inexplicables, era una cosquilla que te recorría desde la boca hasta
los pies, era el elixir del sabor. Y ni que decir de su olor: ella olía a todos
los aromas.
Vainilla, canela, miel, rojo, azul, crema,
sinergia que llevaba a sentir todo en cada postre. Lo que ella no sabía, era
que al otro lado de sus postres, ponqués y delicias, había un hombre que la
perseguía en cada sabor, en esos olores a dulces tardes, noches y ensueños.
Él la imaginaba suave, en su mente recreaba como
ella hacía de sus manos obras de arte para ser degustadas sin prisa, dejando
que en la boca las sensaciones hicieran un orgasmo de deleite. ¿Dónde buscarla,
dónde encontrarla, dónde hacerla realidad?
Cada tarde pasaba por aquella pastelería y
compraba algún postre; el dueño le había dicho, que aquellos manjares, se los
llevaban en la mañana, no conocía a quien los hacía.
¿Puede un aroma o un sabor, llevarnos a desear a
alguien? En él, sí, y a veces en sueños, a altas horas de la madrugada, sentía
que podía tocar a aquella mujer lejana.
Ese día, ella, sentía una vibración diferente en
su cuerpo, en su mente, en sus manos, era como si tuviera una corazonada, así
que preparo el postre jamás hecho. Mientras lo preparaba, sentía como si ese
dulce tuviera ya un destino, a un hombre que ella a veces imaginaba. Cambió,
por ese día, su rutina y fue personalmente a llevar sus postres a aquella
pastelería, fue en horas de la tarde, con la sorpresa de que al entrar vio a un
hombre que se encontraba comprando sus postres. Fue imposible no fijarse en él,
y sintió algo en su interior, algo que nunca había sentido. Cuando él salió, la
vio, con su cabello negro largo, con unos ojos abismales, labios de sabores y
un aroma a cielo, un aroma que solo había percibido en una noche cuando
degustaba un postre de ella. Se miraron a los ojos al instante y cada uno se
encontró en el otro. Ella halló el otro destino de sus manos, y él, supo que
ese aroma sería su despertar, el despertar de cada sueño mientras la miraba a
su lado.
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