lunes, 7 de enero de 2019

¡Hoy será mí día!


Despertó aquella mañana de un día del mes de abril; estaba radiante, desmaquillada, despeinada, el brillo de sus ojos era tan natural, hacía un par de años ya que sus cicatrices se habían cerrado por completo, su cuerpo y alma lo sentían. Se preparó su café, tomó una ducha, ese día era un viernes, se vistió con sus jeans, tacones, una blusa blanca con transparencias sensuales y se dirigió a su oficina; mientras conducía en su auto, escuchaba aquella canción que le llegaba al alma, por las ventanas de su auto miraba las calles con olor a brisa de mar, las palmeras, los semáforos,  el trafico la detenía y aprovechaba para devolver la canción, por una extraña razón sentía que ese día esa canción tenía algo diferente, la había acompañado en algunas tristezas pero sentía como un suspiro en ella, como si alguien se la estuviera cantando al oído…

Transitaba ese día entre la laguna y la playa, en uno de los semáforos, a su lado, se detuvo un coche y observó a un hombre cantando a todo pulmón la canción que ella también iba escuchando, esto le pareció muy llamativo y una bonita casualidad, de repente ambos se miraron, todo un mundo de posibilidades hay en dos miradas que se cruzan repentinamente, el semáforo cambió a verde y cada uno continuó su viaje, dos miradas, un cataclismo...

En su oficina esa tarde cantaban los pájaros como nunca, llegó el cliente de la tarde y la sorpresa fue ver que el cliente era el hombre que se había detenido en aquel semáforo cantando la misma canción, ambos se miraron, algo pasó en esa mirada que los hizo sentirse conocidos, sonrieron, se presentaron y conversaron sobre sus negocios;  ella era manager de una agencia de modelos y de publicidad, él un empresario que necesitaba un lanzamiento para su marca, ambos sabían que se iban a tomar un café y no en la oficina.
Días después ya conversaban no de negocios sino de sus vidas, empezaron a compartir sus gustos, su música, las charlas con café eran más frecuentes, duraban hasta tres, cuatro horas conversando, ella era viajera del mundo y le contaba sus historias, a él le fascinaba la naturalidad con la que hablaba, le sorprendía que detrás de ese rostro tan hermoso, de las múltiples caras que tenía en sus eventos, fuera tan sencilla y tuviera tanta bondad en su corazón.
Ambos cansados de cenas en restaurantes finos y de lujos a veces innecesarios, caminaban por la playa, hablaban de la vida, del amor, del desamor, de las almas, de su proyectos, de sus hoy, en la noche de ese día ella lo llevó de la mano por el parque, lo llevó a su casa, preparó la cena y lo besó como se besan a los amores que se esperan toda la vida, él recorrió su piel como si su destino por fin hubiera sido encontrado, la ropa por todo el suelo, le besó la espalda como quien besa un ángel, le besó el resto como si el fuego estuviera en sus labios, por fin había amanecido en sus cuerpos y habían validó todas las noches oscuras en soledad. 
Se conocieron tanto en tan poco tiempo que nunca había sentido tantas emociones y sensaciones; pero aquella mañana recibió una llamada de él: “debo viajar hoy mismo, ya estoy en el aeropuerto, solo serán un par de semanas”. Ella se dijo a sí misma, no vida, otra vez no, ya había sufrido mucho por eso anteriormente, sus cicatrices tenían ese nombre: la distancia.
La vida le tenía una prueba pero sabía que ella la resistiría; no pasaba ni un solo día que él no la llamara o le escribiera, le envió cartas a mano, le enviaba canciones, le hablaba al teléfono como si estuvieran cerca y aun así, con la distancia, cada día se sentían más unidos, eran ellos, no hacía falta nada más, salvo estar de nuevo juntos para sentirse desnudos de alma y cuerpo.
Un día él no le escribió ni la llamó, ella lo intentó ubicar pero fue imposible, como solo eran un par de semanas ella no tenía más números de teléfono a donde ubicarlo; pasó un mes y ella no tenía noticias de él, las noches de insomnio volvieron, la depresión también, ya había vivido eso y solo se preguntaba ¿Por qué otra vez, por qué vida me va tan mal en el amor?
A él un terrible accidente en auto lo dejó en coma, treinta días en que el mundo no existió para él, las esperanzas de que regresara a veces se diluían como una gota de agua en el mar; un día despertó, sentía en su mente que alguien lo había estado llamando en todas esas noches y días en oscuridad, como si una mano lo intentara sujetar, como si al oído la voz de ella le susurrara que lo estaba esperando, que se apurara, que no se marchara aun. Tomó su teléfono y la llamó, cuando ella lo escuchó, lloró, un llanto que la había ahogado muchas noches, no podía entender que había sucedido, porque él se había desaparecido así, hasta que él le contó todo.

Aquel día cuando iba camino al aeropuerto se detuvo por casualidad en ese mismo semáforo donde se vieron por primer vez, mirándose en el espejo se aplicó lápiz labial rojo  y casi como una casualidad del universo volvió a sonar en su radio la misma canción que cantaban aquel día de abril; cuando él la vio, la abrazó como se abrazan a las personas que se han esperado toda la vida, se arrodilló y le pidió matrimonio, le dijo que desde aquella tarde de abril supo que la había encontrado en esa canción, que esas noches y días que no existieron para él era ella la que lo había salvado y que desde ahí siempre es de noche, pero su sonrisa y su piel es la luz que quitó la oscuridad y la desea contemplar muchos instantes, que su vida deseaba un solo amanecer, su amanecer.
Ella supo, cuando lo vio de nuevo, que ese día de abril había sido su día.


#Cuentos

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