3:17 p.m en el reloj detrás de la vitrina; el
reflejo, en aquel vidrio, era el de una mujer romántica, pero en la mirada, una
tristeza, que, con la lluvia, se hacía un enigma para él. Buscaba un libro de
poesía, ella miraba los libros de novelas. No pudo dejar de mirar cómo detrás de
ella caía un pétalo e imaginó una lluvia de rojo en su cabello, pero, ¿Por qué
esa mirada de tristeza?
Pagó el libro que escogió. Al salir de aquel
sitio, ella ya no estaba. De su mente no salía esa escena, y en el piso, aquel
pétalo que recogió al instante lo secó y guardó dentro del libro que había
comprado.
Caminó entre calles de melancolía mientras bebía un sorbo de café; se desprendía un humo que lo llevaba a una tarde lejana de años atrás; ya habían pasado cuatro abriles y aún no olvidaba aquel rostro de mujer en esa librería. Recordó el libro que compró aquel día y lo buscó. El pétalo en la página 38 lo llevó a leer:
Llegas, trasparente, con silencio
de atardeceres, con el ruido crepuscular,
ecos de mil guerras de deseos…
traes lluvia en tus pasos, viento
en tus lágrimas, suspiro que no
deja huellas en el hoy.
Fue imposible no volver a recordar aquel rostro: ¿Cómo olvidar la lluvia en una mujer?, ¿Dónde buscarla?, ¿Cómo volver a sentirla en aquella tarde?
A veces lo que soñamos, en cinco segundos pasa
frente a nuestra mirada, y en un abrir y cerrar de ojos, ya se difumina en la
cotidianidad… ¿Por qué no le hablé? Se preguntaba mirando de nuevo aquel pétalo
aún rojo.
Una mano recorrió su mejilla acariciando las cicatrices
de cuatro décadas; la seguía soñando, esperando saliera de aquel libro de
poesía y le hiciera el amor, el hoy, el por fin. 3:17 p.m, nuevamente, pero
esta vez, siete años después… aquellos ojos, de la forma más extraña, lo volvieron
a visitar. Ya no había pétalos, la mirada era otra, detrás de un liguero,
mientras veía una revista de moda, en el consultorio de especialistas, ella, en
la página principal: ¿Modelo? Se preguntó, y como si el tiempo se hubiera
detenido, buscó en esa revista a la mujer de aquella librería, pero ya no
estaba, ahora, era un estereotipo como muchos. No la buscó más, pero nunca
olvidó aquella tristeza de la que se enamoró en una tarde abril. Hay tristezas
y melancolías más hermosas que maquillajes, ligueros y curvas perfectas.
Si tan solo le hubiera hablado en aquella tarde de abril.
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