3:17 am, eso marcaba el reloj
de su pared. El sudor, el desespero y la asfixia lo ataban al suelo, caían
desde lo alto, de un orificio pequeño, grandes lápices que iban creciendo poco
a poco, caían como estalactitas que se desprendían de una luz, lo único que
podía hacer era esquivarlos, pero sentía que no se podía mover en el momento
exacto en que iban a caer encima de él, pero de repente volvían arriba y empezaban
a caer de nuevo; fue algo repetitivo, lo sintió muchas veces, desde la
adolescencia le sucedía, pero hacía unas semanas atrás era más recurrente,
siempre en horas de la madrugada, en el silencio más profundo, en la oscuridad;
esa noche sentía eso, pero por una extraña razón sintió que el suelo lo
absorbió, lo llevó a unas calles desconocidas, no las recordaba. Empezó a
caminar, veía figuras enormes, mitad elefantes mitad humanas, a lado y lado del
camino pero inmóviles. Caminó hasta llegar a un río negro lleno de basura, de
desechos, no había como pasar al otro lado, buscó paso pero fue inútil, no había puentes,
solo veía un camino de concreto y asfalto el cual tomó hasta llegar a un túnel
oscuro, no tenía alternativa, era el único camino. Lo empezó a caminar y al
entrar desapareció la oscuridad, habían muchos autos negros sin moverse,
parecían sombras, atascados por algún tipo de accidente, las personas salían de
ellos y huían; siguió su camino hasta el final, a la salida observó tigres de
bengala sobre una mujer en el piso que había sido arrollada por uno de esos
autos, pero aún vivía. Miró de nuevo la hora en su reloj, eran las 3.17 am, al
salir del túnel se encontró con una fila de personas por una escalera hacía el
cielo, a lo alto había un templo con ángeles y trompetas, todos entraban pero
eran expulsados por las ventanas, caían a un mar de arena como una bola de
fuego, se desfiguraban y se perdían en el tiempo. Siguió caminando, llegó a una
puerta negra de cerraduras doradas, abrió, al otro lado había un prado verde
lleno de pequeños espejos en el suelo, lagos de cisnes con cabezas de
cubos y una figura de mujer en esferas en lo alto de una montaña. Caminó hacia
ella, al pasar por los espejos se desfiguraba, no podía verse reflejado en
ellos, llegó a esa figura de mujer y empezó a girar alrededor de él,
volviéndose huracán, quitándole la piel, dejándole solo el sentir y el alma, lo
miró a los ojos, le dijo: aún no es tu hora de conocerme, te falta aprender a
dejar el miedo a los demonios, a lo irreal. Se alejó y lo dejó en el suelo tal
como había llegado. Caminó de regreso, cruzó la puerta, el mar de arena ya no
estaba, se había convertido en un mar de sangre, salían de el peces expulsando
fuego por sus bocas, el templo ya no estaba, había una torre oscura que se
perdía en el cielo, a la salida del túnel ya no estaba aquella mujer sino
moscas en el suelo que se confundían con abejas y mariposas amarillas, en el
túnel ya no había autos sino calaveras entre calaveras que hacían un domino
hacia el otro lado del túnel. Las figuras enormes mitad elefantes, mitad
humanas aún estaban a lado y lado del camino pero esta vez le lanzaban esferas
de acero, una de ellas logró romperle la cabeza; sangrando llegó de nuevo a ese
suelo que lo había absorbido, miró la hora, pero el reloj se derretía y se
filtró entre su piel. En ese reloj solo quedó el tres, el uno y el siete,
sintió que temblaba de frío, todo se movía, los lápices volvían a caer, sintió
que uno se enterró en su frente, le estalló la cabeza, explotó convirtiéndose
en nada, en oscuridad y en el más desgarrador silencio.
Un rayo lo despertó, llovía,
pasó la mano por su nariz, estaba sangrando, su cuerpo estaba juagado en sudor
y en su muñeca había una cicatriz, miró la hora en el reloj de su pared, eran
las 3:17 am.
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