jueves, 21 de junio de 2018

Surrealismo en la madrugada

3:17 am, eso marcaba el reloj de su pared. El sudor, el desespero y la asfixia lo ataban al suelo, caían desde lo alto, de un orificio pequeño, grandes lápices que iban creciendo poco a poco, caían como estalactitas que se desprendían de una luz, lo único que podía hacer era esquivarlos, pero sentía que no se podía mover en el momento exacto en que iban a caer encima de él, pero de repente volvían arriba y empezaban a caer de nuevo; fue algo repetitivo, lo sintió muchas veces, desde la adolescencia le sucedía, pero hacía unas semanas atrás era más recurrente, siempre en horas de la madrugada, en el silencio más profundo, en la oscuridad; esa noche sentía eso, pero por una extraña razón sintió que el suelo lo absorbió, lo llevó a unas calles desconocidas, no las recordaba. Empezó a caminar, veía figuras enormes, mitad elefantes mitad humanas, a lado y lado del camino pero inmóviles. Caminó hasta llegar a un río negro lleno de basura, de desechos, no había como pasar al otro lado, buscó paso pero fue inútil, no había puentes, solo veía un camino de concreto y asfalto el cual tomó hasta llegar a un túnel oscuro, no tenía alternativa, era el único camino. Lo empezó a caminar y al entrar desapareció la oscuridad, habían muchos autos negros sin moverse, parecían sombras, atascados por algún tipo de accidente, las personas salían de ellos y huían; siguió su camino hasta el final, a la salida observó tigres de bengala sobre una mujer en el piso que había sido arrollada por uno de esos autos, pero aún vivía. Miró de nuevo la hora en su reloj, eran las 3.17 am, al salir del túnel se encontró con una fila de personas por una escalera hacía el cielo, a lo alto había un templo con ángeles y trompetas, todos entraban pero eran expulsados por las ventanas, caían a un mar de arena como una bola de fuego, se desfiguraban y se perdían en el tiempo. Siguió caminando, llegó a una puerta negra de cerraduras doradas, abrió, al otro lado había un prado verde lleno de pequeños espejos en el suelo, lagos de cisnes con cabezas de cubos y una figura de mujer en esferas en lo alto de una montaña. Caminó hacia ella, al pasar por los espejos se desfiguraba, no podía verse reflejado en ellos, llegó a esa figura de mujer y empezó a girar alrededor de él, volviéndose huracán, quitándole la piel, dejándole solo el sentir y el alma, lo miró a los ojos, le dijo: aún no es tu hora de conocerme, te falta aprender a dejar el miedo a los demonios, a lo irreal. Se alejó y lo dejó en el suelo tal como había llegado. Caminó de regreso, cruzó la puerta, el mar de arena ya no estaba, se había convertido en un mar de sangre, salían de el peces expulsando fuego por sus bocas, el templo ya no estaba, había una torre oscura que se perdía en el cielo, a la salida del túnel ya no estaba aquella mujer sino moscas en el suelo que se confundían con abejas y mariposas amarillas, en el túnel ya no había autos sino calaveras entre calaveras que hacían un domino hacia el otro lado del túnel. Las figuras enormes mitad elefantes, mitad humanas aún estaban a lado y lado del camino pero esta vez le lanzaban esferas de acero, una de ellas logró romperle la cabeza; sangrando llegó de nuevo a ese suelo que lo había absorbido, miró la hora, pero el reloj se derretía y se filtró entre su piel. En ese reloj solo quedó el tres, el uno y el siete, sintió que temblaba de frío, todo se movía, los lápices volvían a caer, sintió que uno se enterró en su frente, le estalló la cabeza, explotó convirtiéndose en nada, en oscuridad y en el más desgarrador silencio.
Un rayo lo despertó, llovía, pasó la mano por su nariz, estaba sangrando, su cuerpo estaba juagado en sudor y en su muñeca había una cicatriz, miró la hora en el reloj de su pared, eran las 3:17 am.

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