martes, 8 de mayo de 2018

El Perro Negro

Capítulo I

Todo comienza en un domingo que parecía iba a ser un día normal. Me levanté más temprano de lo cotidiano porque ese día saldría al campo. Me preparé el café, tomé una ducha de agua fría y me vestí de negro, mi color preferido. En el vecindario había ese día un silencio y una calma excepcional, parecía un primero de enero. Caminé rumbo al sitio en donde tomaría el transporte que me llevaría al encuentro con unos compañeros. Al llegar al autobús, me subí pero sentí algo extraño en ese momento, sentí que alguien o algo estaba detrás de mí, miré hacia atrás, me pareció ver el reflejo de un perro negro que pasó muy rápido, pero no presté mucha atención al suceso. Coloqué mi música y me interné en mi viaje sonoro mientras el autobús llegaba a su destino. En el viaje, hubo un accidente al lado del camino, un auto negro se había estrellado contra un árbol, aunque no se veían personas heridas, se notó había sido muy fuerte el accidente, de repente me pareció ver que se alejaba de ese auto un perro negro pero el autobús donde iba marchó rápido y no pude ver con detenimiento.
Al llegar, ya todos los que nos reuniríamos, tomamos el camino que nos conduciría a una laguna donde íbamos a pescar un rato, a hacer una fogata, preparar el almuerzo y una tarde de licor e historias. Nos dimos a la tarea de delegar funciones para que el tiempo nos rindiera. Me dispuse entonces a internarme en el bosque para recolectar pedazos de troncos para la fogata. Caminé entre los árboles, que cada vez estaban más grandes, hasta no encontrar camino alguno. Empecé a echar los pedazos de palos que iba encontrado en una bolsa que llevaba hasta que reuní los suficientes, al devolverme, noté, que no había camino ni huellas que me indicaran como devolverme, así que intenté caminar en línea recta por donde sentí que había iniciado mi camino. Caminé y caminé pero no llegaba al sitio de donde había salido, grité a ver si alguien me escuchaba, no escuché ninguna respuesta, así que seguí caminando pero de un momento a otro regresé al punto de partida. Tomé entonces una dirección distinta para ver si salía de ese bosque, caminé pero tampoco encontré la salida; calculo que transcurrieron unas dos horas, no lo supe con exactitud porque no usaba reloj. No podía ver el lugar donde estaría el sol en el cielo en ese momento porque el bosque era muy espeso y no se veía, pero regresé al mismo punto de donde intentaba salir, era como si hubiera estado caminando en círculos que me regresaban siempre al mismo punto de partida. Ya estaba con un poco de ansiedad y el desespero se estaba apoderando de mi mente. Decidí hacer otro intento, tomé una dirección diferente. De repente, a unos cinco metros encontré un claro en el bosque, vi el camino, al fondo la laguna, vi el sitio donde estaban los compañeros, así que respiré, caminé y al llegar me preguntaron que qué me había pasado. Les conté lo sucedido, me dijeron que me habían estado gritando, pero yo no había escuchado nada, así que tomé el acontecimiento como algo fortuito de desorientación y continuamos el día de campo. En ese momento me dió por mirar hacia el bosque de donde había regresado, me pareció ver entre unos árboles unos ojos claros, como grises, como de un perro, pero no veía el color de ese perro, era un poco retirado y no pude ver con más detenimiento. Le pregunté a un compañero que si veía algo pero me dijo que no.
Estuvo listo el almuerzo, después de apagar el fuego, destapamos una botella de vino. Empezamos a brindar, a contar historias, anécdotas, reír, otra botella de vino salió y de repente escuché desde el bosque el aullido de un perro. Miré hacia el bosque pero no vi nada, miré a mí alrededor pero ningún compañero había volteado a mirar, sentí como si solo yo hubiera sido el único que había escuchado ese aullido.
Ya entrada la tarde empezamos a levantar todas las cosas, a guardarlas para dejar el sitio limpio, teníamos ya bastante vino en nuestro cuerpo y poco a poco fuimos saliendo hacia el lugar donde nos recogería el autobús. Nos quedamos al final con un compañero, empezamos a caminar y a seguir contándonos historias. De repente, sin darnos cuenta, estábamos caminando por otro camino diferente, nos tomamos otro trago de vino, seguimos caminando pero sentíamos que cada vez nos alejábamos más. Empezaba ya a oscurecer, de repente llegamos a un punto en donde se acababa el camino. Había hacia un lado como un acantilado que llevaba a un río;  hacia el otro lado como una montaña pequeña. En ese momento, sin saber a dónde dirigirnos, se nos apareció un perro negro de frente, nos asustamos bastante pero a los dos segundos a nuestras espaldas alguien nos habló y nos dijo: ¿están perdidos? Volteamos a mirar, era un campesino vestido de blanco, con ojos grises, le indicamos que sí, estábamos perdidos y no sabíamos qué camino tomar. El campesino nos indicó el camino, nos dijo que era fácil llegar al sitio donde nos recogería el autobús. Lo extraño fue, qué ese perro negro ya no estaba. Caminamos según las indicaciones del campesino, llegamos al lugar, tomamos el autobús.
Camino de regreso, con el compañero que nos habíamos perdido, hablábamos que nadie nos iba a creer que se nos había aparecido un perro negro en esas extrañas circunstancias y que al mismo tiempo alguien nos había indicado el camino correcto de regreso. Seguimos tomando vino en el autobús, dejamos a un lado ese suceso.
Llegamos a la ciudad, cada uno tomó su rumbo. Recordé que tenía un compromiso con la señorita que me acompañaba en esos días, pero ya llevaba dos horas de retraso, sin embargo, fui a buscarla al sitio donde habíamos quedado de reunirnos, por supuesto ya no estaba y aun así, con mis tragos en la cabeza, la busqué en medio de las luces de neón de los sitios de todo el sector. La buscaba como cuando se busca al amor de la vida, pero no la encontré en ningún sitio. Ya con bastante licor en la sangre y mente, decidí ir a buscarla a la casa donde ella vivía. Llegué, salió la hermana, me dijo que ella ya estaba dormida, que había estado llorando mucho. Me fui, deambulé por las calles con el corazón en las manos por el dolor causado, ya era media noche y llovía por esas calles. Entré a un lugar oscuro, me tomé otros tragos de licor pero en ese momento en mi mente estaba el dolor del corazón. A la mente llegó la imagen del perro negro e inmediatamente sentí de nuevo el aullido, así que salí a buscar ese aullido pero de nuevo no veía ningún perro. Caminé rumbo a mí casa, ya con mucho licor en la cabeza. Sentí una compañía, pero miraba atrás y no veía a nadie, de repente escuché una voz que me dijo: ¿Sabes quién soy? En ese momento no supe si era el licor o que era, pero respondí que no sabía. La misma voz me dijo que me había estado buscando todo el día, era la muerte, me tenía un trato; sentí que desapareció el efecto del licor, pregunté cuál era el trato, la voz respondió: en unos minutos va a pasar un auto a mucha velocidad, te atropellara, vas a morir porque estas borracho, no lo vas a escuchar pero te dejaré vivir si me das tu alma y en adelante servirás a mí.
En ese momento sentí toda mi vida devolverse en un minuto, recordé cada uno de los sufrimientos y alegrías, el dolor de los desamores pero también recordé lo grande del amor, las lágrimas, las heridas, las cicatrices, el cielo, los besos, todo lo recordé en un minuto. Recordé mi primer amor, el más tierno, también el que más me hizo sufrir, pero no sentí miedo. Le dije a la muerte que necesitaba ver con quien estaba hablando. Se me apareció un perro negro con los ojos color gris, pero al mismo tiempo, los más oscuros que nunca haya visto en mi vida y en medio de esa lluvia le dije que no había trato, que mí destino no era el miedo.
El perro desapareció, en ese preciso momento sentí un golpe, sentí volar, sentí que caí en un charco, se nubló mi vista y mente, solo veía oscuridad, no escuchaba nada. Sentí que caí en un abismo dando vueltas, no había fin. De repente vi una pequeña luz, muy pequeña, en medio de tanta oscuridad. Escuchaba mi nombre muy lejos. Sentí que regresé poco a poco. Desperté en una cama que no era la mía, en unas luces blancas desconocidas, alguien dijo: despertó. Cuando recuperé la noción del tiempo, pregunté que me había pasado y cuánto llevaba ahí; me dijeron que me había atropellado un auto, el conductor había alcanzado a esquivarme un poco, me golpeó con la parte de atrás y eso no me ocasionó la muerte inmediata. Me contaron que llevaba 6 días así. Desperté un 6 de mayo a las 6 de la tarde. Dijeron que el día del accidente el conductor vio una luz que salió, como de unos ojos grises, como un perro, pero la luz de los ojos no lo dejó ver el color del perro que estaba a mi lado y que eso lo hizo intentar esquivarme.
Desde ese día, siento que camino con un perro negro a mí espalda, que me aúlla, me acecha, que quiere mi alma, mi muerte, me lleva al abismo a cada segundo, cada noche, cada madrugada de insomnio, que me quiere llevar a una locura desesperante, desea asfixiarme, cansarme de la vida y así tenga noches surreales al lado de sus ojos oscuros, siempre despierto y sé no le tengo miedo, nunca le tuve miedo.

Desde ese día el perro negro y yo, nos jugamos la vida, a cara o cruz.




Ilustración: Edwin Giraldo
Escrito: Alexander Moreno 

#Cuentos
#ÁcidoNeurótico

El Perro Negro - Capítulo II http://alexmorenog.blogspot.com/2019/05/el-perro-negro.html 

2 comentarios: