por este paraíso de
olimpo,
aquel carruaje te
transporta
rodeada de anillos
de oro que fulguran;
Volcán, hielo
confundiéndose
en tus ojos
diáfanos e inefables
y tus arcanos se
postran
en tu cuerpo de
polvo de estrellas
impregnando de tus
sones íntimos,
de tus melodías
transparentes y trascendentales.
Tus ademanes
tiernos
convierten mi alma
y mis ilusiones
al punto de la
ansiedad majestuosa,
al extremo de los
siete espejos,
de las siete mascaras
que logras despojar
de mi travesía con
tan solo
percibir mi
presencia.
Y noche,
media-noche,
tu armonía que
desvela diurnamente
rodea mi cama de tu
azul
tan enigmático que
se esconde
en tu felicidad
trémula,
en tu limbo de
diosa y mujer dorada, lejana.
Después de rayos
cegadores,
tu visión de
ángelus
pululaba en mi iris
somnoliento y
soñador.
Es aquí cuando el
vino
embriaga mi ser de
locura,
de placeres
íntimos,
de secretos tuyos.
Arde mi rostro,
persigo tu
hechizada isla boreal
que me envuelve
en la búsqueda de
flores nuevas,
de carmesís ocultos
en tu piel desnuda
y
en tu corazón de
pasos lentos, afanosos.
Pero sentí entre
los ramajes opacos
de tu ser exterior
la luz inmarcesible
que irradias de
entre tu luna.
Tan solo la red
empieza
a ser destruida
para comenzar la
sagrada conjunción de astros,
de poros,
de agua regando
nuestros cuerpos
al unísono de
centenares de pálpitos
que retumban en
nuestras cinturas,
en nuestros deseos
al borde,
al regazo de las
alas de Moira, Venus y Calíope.
Quizás estas
cuerdas
tan solo expiran
aire débil
que nace de la duda
¿Quizás?
Tan solo un segundo
necesito,
un gran viento de
piel adentro
que encienda
nuestra chispa,
nuestra llama
taciturna.
Yo lo dejo todo,
mi rumbo, mi barca,
quiero navegar en
tu mar
hasta las
profundidades enigmáticas
de tus besos, de tu
canción solitaria, de tu cintura.
Y dejo mi poesía,
la escondo,
volveré con frenesí
a buscarla
en algún rincón de
tu alma,
de tu sombra azul.
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