Cuenta
la leyenda que aquella supernova se convirtió en mujer. Después del big bang,
por el universo que se expandía, los colores de las galaxias iban cambiando el
negro de oscuridad, por los violetas, rojos, azules y demás colores, formando
mundos inimaginables. Pero existía un color que los encerraba a todos, un color
que nadie había visto, ni entre planetas, ni galaxias. Era el color de una
supernova como nunca brilló alguna, con un destello que iluminó hasta el rincón
más infinito del universo. Poco a poco aquella supernova fue extendiendo su
manto de inmarcesible belleza a todas las galaxias. Los agujeros negros,
maravillados, empezaron a contemplar su luz inalcanzable para ellos, los
cometas, juguetones como gatos, giraban alrededor de ella en órbitas de danzas
de admiración. Los soles de cada galaxia se engalanaban al paso de su luz, las
lunas al verla tan hermosa, se escondían en sus lados oscuros. Cuentan, que en
el universo hay unas fuerzas muy poderosas que se buscan y atraen entre ellas,
algo cosmológico, fuera de cualquier dimensión perceptible, más allá del tiempo
y del espacio. Aquella supernova sintió, en un planeta azul, aquel par que la
complementaría para por fin ser la más luminosa.
Un día de septiembre, a la madrugada, mientras todos dormían, aquella supernova
llegó a esa otra fuerza y belleza cósmica. Una mujer, con galaxias en sus ojos,
descansaba.
En un
suspiro, la supernova, exhaló su último aliento y se dijo a sí misma: vaya que
esta mujer es hermosa como aquel universo de dónde vengo. Dejó, en aquella
mujer, la fuerza celeste de su luminiscencia, el brillo de miles de millones de
años, el único color por el que las lunas se escondían, todo se lo dejó a ella.
Desde
aquella mañana, cuentan, que hay una mujer con galaxias en sus ojos, en su alma
una supernova y en su belleza, el universo más brillante jamás visto, ni
sentido.
#Microcuentos #Relatos
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