- ¿Falta mucho?
- Un poco, ves esa montaña, a
lo lejos, la llaman la montaña de fuego. Allá debemos llegar.
En medio de aquel camino de
piedras, árboles y neblina, los
sorprendió la noche. Sentían como la oscuridad profunda los perseguía, los
intimidaba. No podían ver la luna ni las estrellas por lo espeso de la vegetación.
El camino cada vez era menos claro. La luz de una vieja linterna, que les ayudó
en la travesía nocturna, se apagó.
Con los pies en el lodo, el
desespero les llegó. Estuvieron caminando en círculos, sin que se dieran
cuenta, por más de tres horas. Cansados, con hambre, frío, sed y temblorosos,
se sentaron encima de una piedra, que sin darse cuenta, tenía una forma
extraña, como una puerta.
Al calor de una fogata
encontraron la tibieza del cuerpo, por fin un momento de calma y el hambre
apaciguaron con las últimas porciones de alimentos que llevaban en sus
mochilas. Cerraron sus ojos y el sueño les llegó. Mientras dormían, de la
piedra, salió una figura dorada, con alas enormes, ojos de sangre, labios de
fuego, mirada oscura. En aquella piedra, lo que no se veía, desapareció.
En el periódico del pueblo más
cercano, aquella mañana de abril, titulaba en primera página: Hallan sin vida
el cuerpo de dos jóvenes incinerados en la montaña de fuego.
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