A mi hijo Eddie
Hace algún tiempo, en las calles de una ciudad de cielos azules y vientos frescos, se encontraba un niño jugando con su padre en un prado verde lleno de árboles, tréboles, aves y hojas en el suelo, que sonaban al caminar entre ellas. De pronto, en aquel campo verde mientras el niño jugaba, corría, daba vueltas y saltaba, llegó a la sombra de un árbol, el más grande que se encontraba en aquel sitio y se sentó un rato a descansar y a tomar agua. En aquel momento de descanso, el niño, se durmió en los brazos de su padre, a la sombra de aquel árbol, árbol que le brindó mucho más que su sombra para que aquel soñar fuera diferente.
Mientras soñaba, el árbol dejo caer sobre él unas hojas que le
dieron abrigo y en aquel sueño, el niño sintió que era el rayo del sol que le
cubría, unas alas que le abrazaban, era el abrazo del árbol, el abrazo de un
amigo de 500 años, que le protegía mientras conectaba esa alma juguetona, limpia
e inocente con el universo. En aquel sueño el niño caminaba por grandes praderas
llenas de caminos que llevaban a muchos lados, caminaba con dirección a las montañas, porque su padre le había contado que allá en las montañas estaba un manantial lleno
de peces multicolores, aves no vistas, arcoíris, y allá se podía ver el color de
los sueños. En aquel sueño, al llegar el niño a ese manantial, había un ave enorme multicolor, le saludo por su nombre y lo guió mostrándole de que estaban hechos los sueños. El niño no dejaba de observar
maravillado cada uno de todos los colores que conocía y aquellos que nunca
había visto, miraba que los sueños tenían mucho chocolate, observaba peces de
todos los tamaños, aves de cada rincón de la tierra en un solo lugar, de todas
las formas y colores, todas cantando al mismo tiempo canciones hermosas que
salían de sus picos. El ave enorme multicolor llevó al niño al lugar donde
nacen los arcoíris, le enseñó como salían, lo lanzó por uno cual columpio del
parque, el niño sintió estar en un inmenso algodón de azúcar. Lo llevó también
a ver la estrellas fugaces que se formaban en el cielo de aquel sueño, que
salían de una bomba de jabón y corrían por el cielo, y él no dejaba de ver todo
con asombro, como quien ve el juguete de su vida por primer vez, como quien
tiene su primer balón o su primer dulce, como quien está encima de un dragón
dorado, volando encima de gelatina. El niño miraba al cielo y gritaba
sorprendido, con el rostro encendido y el corazón que se le salía. Y en ese
sueño aquella ave multicolor le dijo al niño que jamás se olvidaría de él y lo
acompañaría en todos sus caminos, en sus fantasías, en sus sueños, en su
corazón, en sus juegos y alegrías.
El niño despertó de aquel sueño con una sonrisa en el rostro, cual ángel
jugando en las nubes, y salió a correr por aquel prado, y miraba las montañas,
el cielo, las aves. En ese preciso momento salió un arco iris y el niño sabía
que había estado allá, en ese arcoíris.
Al llegar a casa y después de contarle el sueño a su padre, mientras
caminaban de la mano, el niño se puso a jugar, como era costumbre todas las
tardes, en la casa llena de juguetes, donde era héroe, carro, muñecos y mil
batallas, en donde todas las tardes la ventana quedaba abierta para que el aire
corriera por esa habitación. Aquella tarde, llegó a esa ventana un pajarito
lleno de color verde, azul, amarillo, rojo y pequeño, el niño sintió que lo
miraba como si se conocieran de toda la vida, se acercó y el pajarito
se postró sobre su mano pequeña y frotó su pico en sus dedos pequeñitos. Desde
esa tarde, el pajarito, siempre llega en las tardes a acompañarlo en sus juegos
de dragones, de luchas épicas, en toda la fantasía que había en esa mente
inmensa y cada noche que el niño se acostaba se despedía de su pajarito, que
sin duda llegaría al otro día. Desde esa noche en los sueños del niño, lo
acompaña un ave enorme multicolor que lo defiende de los miedos, las arañas,
las serpientes, los fantasmas y todo lo malo que acecha en los sueños, desde
esa noche, el alebrije de los sueños, cuida de noche al niño y cada tarde lo
acompaña en sus juegos, como quien tiene el más grande amigo, que sin hablar está
ahí, de la mano, en la inocencia, en todo, porque desde aquella noche jamás
estuvo sin compañía, porque esa misma noche, su padre, cerró los ojos, tomó al
niño de las manos y le dijo: hijo mío, no estarás solo en las noches frías, en
las noches oscuras, cuando lleguen los miedos, las pesadillas y monstruos, porque
seré tu mano así ya no esté, porque este
amor es el alebrije de tus sueños, que te acompañara en tus tardes y ensueños, porque
hoy soy tu amigo, sombra, protector y compañero de juego, soy tu ave multicolor,
tu camino, tu risa, tu hoy, tu siempre, tu juego preferido.
Desde esa noche, el alebrije de los sueños los acompaña a los dos, al
niño en todos sus sueños y juegos, y al padre, en sus hojas en blanco.
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