jueves, 21 de diciembre de 2017

Reencontrándome

Recuerdo como las horas, instantes ínfimos de placer,
se fueron consumiendo lentamente en la aurora gris,
cada una y cada soplo de humo fue consumiendo la vida con fulgor
pero sin contar con el futuro instantáneo,
con el presente extendido a dos segundos;
siempre se alargaba hacia la cúspide el sufrir,
los ideales de polvo blanco de luna y de rayos dorados
circundaban los pulmones eufóricamente, pero quemaban.
De repente manos extrañas se acercaban para complementar
la hoguera de situaciones, algunos uniéndose piel con piel,
poro a poro en mis sentidos;
otras desmembrando mi último aliento
hasta agotar el inventario de mis pensamientos.
Ahora recuerdo la vuelta de la esquina
que vio mi caminar lento, taciturno,
recuerdo la lluvia que cubrió mi cabello
hasta disolverlo en una hoja en blanco
plasmando esas alas negras cuadro a cuadro.

Es ahora cuando comienzan caballos sin crines a redoblar,
su escalofriante galopeo se siente en toda mi sangre,
caballeros cuasiespadas atormentando la soledad amada
de mi silla nocturna,
musas como pocas que logran descubrirme
en una sola mirada, todos mis miedos en uno solo,
en una sola llamada calcinante,
hoguera traspasando arterias.

Entraña lo desconocido de un alma no común,
no heroína de triunfos básicos,
y ella se encarga de encontrar la pregunta aguda…
aguda, embriagante, clara ¿Confusa?
locura, desespero, sentidos, piel, alma,
corazón llevando al extremo de la no-razón, de la no-verdad, no, no, no.

Recuerdo como cada soplo de aliento
se enfrentó derrotando mis instintos de gladiador silencioso,
héroe sin batallas, cóndor sin paramo.
Frio, escalofrío, calor, no-existencia, silencio,
fantasmas humanos escrutando el sepulcro
de mi respirar cansado, música ensordecedora ¿muda?
un muro de humo queriéndome envolver en su interior
y llevarme al abismo de las almas;
corro, corro, camino despacio, lento,
me oculto detrás del rayo, aparentemente me refugio,
pero detrás del rayo la tormenta es más fuerte
y lo incandescente va por dentro;
se iluminan aquellos miedos que se salen por los ojos,
mirada vulnerable y no valerosa.

Recuerdo a todas, a cada una danzando
interiormente en carnaval romano,
fornicando con mis máscaras, quemándolas,
dejándome transparente a los ojos de Calíope,
sin parapetos, sin nada, todas se llevaron lo mejor de mí,
de mis días, de mis luchas y así la madrugada
haya sido de soledad,
no les quede debiendo ninguna gota de sudor.

¿Merezco el abrazo cálido en el fondo del mar?
Las corrientes tibias corren por lo alto,
mi egoísmo no me deja alcanzarlas
¿demasiado tarde, muy temprano, justo ahora?
“Alguien recordaba su máscara blanca, gris, tragedia, horas, años, siglos”.

Me aferro ya no al recuerdo sino a alas diáfanas
que alcancen a cubrir
desde lo alto mi mirar,
me aferro a ese aliento,
catarsis en el interior que avive mis sueños de nuevo,
me aferro al universo,
a mi amigo de quinientos años,
a mi sangre sonriéndome,
me aferro a mis letras, a mi café, a sonrisas claras,
me aferro a las no máscaras…
reencontrándome. 


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