viernes, 3 de abril de 2020

Dorada ensoñación


El viento helado de aquella mañana penetraba por las ventanas, en la respiración, en el rostro. Eran las 04:55 am, no quería más días normales, llenos de cotidianidad, de asfixia, necesitaba escapar de la realidad asesina. Así que decidió ir a la montaña, caminar, respirar aire puro, vida. Se duchó, las gotas de agua resbalaban por su piel desnuda como regando pétalos, su cabello mojado, invitaba a la frescura de la mañana, su ropa interior negra, de encaje, adornaba su silueta de guitarra, que en cada paso, llenaba de melodía con sus caderas sensuales. Pintó sus labios de pasión con el rojo, carmesí invitación a la locura, vistió ropa deportiva negra, tomó su café y salió. Al iniciar el ascenso, una estela en el cielo, como una estrella fugaz, iluminó por instantes aquel amanecer que poco a poco se presentaba. Era una buena señal para esa mañana. Aquel camino de piedras llevaba a la cúspide, pero notó algo extraño esa mañana. No se había encontrado a nadie, no sabía si era motivo de preocupación, igual continuó caminando. Pasó por el túnel que se encontraba poco antes de llegar al final, pero al salir, el camino fue diferente, lleno de grandes árboles, salía un aroma diferente, y al lado del camino, girasoles de todos los tamaños. Caminó, extasiada por la maravilla a sus ojos y pies, siguiendo el único sendero hasta llegar a un prado, en donde los girasoles se mezclaron con rosas rojas, vívidas, llenas de magia. Detrás de un gran árbol, un rayo de sol salió con la intensidad de la explosión de una supernova y la invadió por completo, una bruma salió del prado, la elevó al cielo, y allá, en una nube, unas alas la envolvieron dejando en su piel la textura del universo en cada poro de su feminidad.
Algo dentro de ella cambió en ese momento, se sintió vida, naturaleza, aire, sol, y los pequeños pedazos que la realidad había hecho en ella, se fueron uniendo de nuevo. Sus cicatrices, sanaron, y de nuevo fue aquella mujer que no necesitaba a nadie, y menos, que la hicieran dudar de sí misma.
De repente, se encontró al final del camino de aquella montaña, como si todo hubiera sido un espejismo, un portal secreto, una alucinación. De algo estaba segura, fue una señal, un cambio, algo real para ella. Se sintió renovada, mujer, reina, alegría.
Desde esa mañana, el sol se convirtió en su cabello, las rosas en sus labios, los verdes de los prados y arboles con el azul del cielo en sus ojos, el rocío y el aire puro se convirtió en su piel, y el sendero en su cuerpo de sensualidad, que en cada paso ilumina el camino de quien la rodea. Desde esa mañana, tiñó de hermosura el aire de aquella ciudad más cerca de las estrellas, siendo ella, dorada ensoñación, la estrella que alucina en las calles de concreto.

#Relatos #Microcuentos 

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