Iniciaba el alba, la pendiente, cada vez más alta, agotaba
mi oxígeno, cada paso era más difícil, pero en mi mente, la búsqueda me
llamaba. Era una voz interna que no paraba de intentar llevarme a algún lugar.
Varios días ya, con sus noches, en que
se me nublaba la vista, solo podía sentir esa voz interna, que me conducía, me
quería internar a no sé dónde. Hasta que decidí, después de la noche de
insomnio, caminar hacia ese misterio.
Llegué por fin a la casa, en medio de la neblina, del
silencio, del bosque, a esperar la señal oportuna, esa señal que quizás el
ruido de la ciudad no me dejaba percibir. A la medianoche, sentí, un ruido
extraño en los pasillos de la vieja casa de madera. Me levanté, prendí mi
linterna, salí pero no vi nada ni a nadie, pasé mi vista por la oscuridad y
nada. De repente, en lo alto de la montaña, unas luces desprendían un brillo
diferente a algo visto anteriormente. Siete luces alumbraban, una al lado de la
otra, solo pude intentar guardar en la mente el sitio exacto para en la mañana
ir al lugar de esas luces. Esa madrugada no pude casi conciliar el sueño, por
fin, al amanecer logré dormir un poco, pero al despertar, la viva imagen en la
mente de un sueño: un libro que contenía siete secretos, se abría en el sitio
en donde unas luces iluminaban la noche.
¿Qué significaba ese sueño? ¿Qué secretos tendrían? ¿Era esa
misma voz interna qué me perseguía y estaba oculta?
Caminé rumbo a la cima de aquella montaña, que la noche
anterior, me había revelado unas luces. Mientras cruzaba el bosque, sentía una
presencia extraña a mí alrededor, como si alguien me mirara, o me siguiera.
Llegué a un acantilado, había un tronco gigante caído, era el único medio para
poder cruzar. Trepé, empecé a arrástrame lentamente para no caer al vacío,
cuando iba en la mitad, un viento helado pasó como corriente de viento de
huracán, me hizo resbalar y estuve a punto de caer. Logré aferrarme con todas
mis fuerzas, me incorporé y logré llegar al otro extremo. No sería el único
obstáculo. Más adelante, llegué a una peña, no había como subir. Con todas mis
fuerzas tiré una soga hasta una piedra, halé y me amarré a la cintura, escalé,
sintiendo a mi espalda el vacío, pendulando, jugando con la muerte ¿valdría la
pena esa búsqueda?
Por fin, al lograr escalar del todo, pude ver un sitio, en
medio de la cúspide de aquella montaña, como una cueva, con siete piedras
enormes a la entrada. Caminé hasta llegar, adentro, todo era oscuridad. Encendí
mi linterna y entré, en mi interior el temor a lo desconocido pero también las
ganas de por fin saber si acallaría esa voz que no me dejaba en paz desde que
apareció.
De repente, sentí como si hubiera pasado una sombra, o una
presencia extraña por delante de mí. Alumbre con mi linterna pero no vi nada.
El aire se puso denso, sentía que no podía respirar muy bien y sentí que caí al
suelo.
Una voz me hablaba, me decía que debajo de la piedra con
forma de búho, al fondo de la cueva, se encontraba un libro, no para ser leído
con los ojos, sino con el sentir, pero que antes, debía escribir en él mi
historia de vida con la tinta de una de mis lágrimas. Aquella historia era
necesaria para que el libro por fin guiara por los caminos de la sabiduría.
Desperté, estaba recostado sobre unas rocas, sobre ellas
hojas secas, supe que había estado inconsciente, pero recordé cada palabra de
aquella voz. Busqué la piedra con forma de búho, la hallé, en medio de pinturas
en las piedras que indicaban muchas historias en imágenes, al correr la piedra,
encontré un libro color ocre, desprendía una luminosidad distinta, y al
abrirlo, solo hojas en blanco. Recordé, que debía ser leído con el sentir y que
debía escribir primero una historia en el con la tinta de una lágrima mía.
No sabía que historia escribir, y no lograba sacar una lágrima.
Cerré mis ojos, e intenté ir en mi mente a otro lugar, uno que me conmoviera al
punto de llorar…
Un guerrero, cruzó montañas buscando un tesoro perdido, un
tesoro que por fin lo haría libre, que le permitiría estar con la mujer de sus
sueños de nuevo, aquella mujer que dejó en una aldea lejana, con su hijo,
mientras él, recorría caminos. Después de buscar en los siete reinos aquel
tesoro, regresó derrotado a su hogar, con los pies cansados, las alas rotas, la
armadura vencida. Al llegar, su aldea había sido saqueada por vikingos, todas
las personas estaban muertas. Corrió con desespero, al llegar a la puerta de su
casa, su esposa e hijo, muertos, yacían uno al lado del otro. Gritó, se dio
golpes en el pecho, lloró y en ese momento entendió que había perdido su
verdadero tesoro: a su hijo y esposa, y todo, por perseguir sueños de oro.
Al terminar de escribir, una lágrima se deslizó por mi
mejilla, era la lágrima de mi sentir, que en esa historia, había escrito de
todos los miedos que me poseían. Al caer en la primera página del libro, se
desprendió una luz muy fuerte que le dio claridad a toda la cueva, se iluminó
la montaña, y se me reveló un secreto: mira con el sentir. Pero… ¿no eran
siete?
Sequé mis lágrimas, seguí mirando el libro pero se quedó
otra vez en blanco... ¿Qué me faltó para poder leer todo el libro, qué misterio
me faltó por resolver?
Salí de la cueva, por un lado maravillado por la revelación
pero por el otro consternado porque sentía un vacío aún. Llevaba el libro para
intentar descifrarlo después.
Descendí de la montaña, atravesé de nuevo los mismos
obstáculos y llegué de nuevo a la vieja casa de madera. Cansado, me recosté,
esperando de nuevo el sueño. A la madrugada, los mismos ruidos de la noche
anterior me despertaron. Salí, de nuevo nada. Miré a la montaña, pero ya no
había luces, todo estaba en silencio. A la mañana siguiente, busqué el libro,
no estaba. Revolqué absolutamente todo, se había extraviado, desaparecido por
completo. Regresé.
Ahora, de nuevo en la ciudad, camino cada mañana por las
calles de concreto intentado descifrar que me faltó, que detalle omití. Busco
en cada café, en cada mirada de transeúntes, en la lluvia, en las tardes de
soledad, en cada esquina. Busco esa señal que me lleve de nuevo a aquel libro,
a esa historia. No volví a escuchar esa voz en mi interior, pero cada medianoche,
escucho los mismos ruidos en mi habitación, y por una extraña razón, al despertarme,
siempre se desliza una lágrima por mi mejilla.
#Relatos #Microcuentos
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