domingo, 13 de octubre de 2019

Luces de misterio


Iniciaba el alba, la pendiente, cada vez más alta, agotaba mi oxígeno, cada paso era más difícil, pero en mi mente, la búsqueda me llamaba. Era una voz interna que no paraba de intentar llevarme a algún lugar. Varios días ya, con sus noches,  en que se me nublaba la vista, solo podía sentir esa voz interna, que me conducía, me quería internar a no sé dónde. Hasta que decidí, después de la noche de insomnio, caminar hacia ese misterio.
Llegué por fin a la casa, en medio de la neblina, del silencio, del bosque, a esperar la señal oportuna, esa señal que quizás el ruido de la ciudad no me dejaba percibir. A la medianoche, sentí, un ruido extraño en los pasillos de la vieja casa de madera. Me levanté, prendí mi linterna, salí pero no vi nada ni a nadie, pasé mi vista por la oscuridad y nada. De repente, en lo alto de la montaña, unas luces desprendían un brillo diferente a algo visto anteriormente. Siete luces alumbraban, una al lado de la otra, solo pude intentar guardar en la mente el sitio exacto para en la mañana ir al lugar de esas luces. Esa madrugada no pude casi conciliar el sueño, por fin, al amanecer logré dormir un poco, pero al despertar, la viva imagen en la mente de un sueño: un libro que contenía siete secretos, se abría en el sitio en donde unas luces iluminaban la noche.
¿Qué significaba ese sueño? ¿Qué secretos tendrían? ¿Era esa misma voz interna qué me perseguía y estaba oculta?
Caminé rumbo a la cima de aquella montaña, que la noche anterior, me había revelado unas luces. Mientras cruzaba el bosque, sentía una presencia extraña a mí alrededor, como si alguien me mirara, o me siguiera. Llegué a un acantilado, había un tronco gigante caído, era el único medio para poder cruzar. Trepé, empecé a arrástrame lentamente para no caer al vacío, cuando iba en la mitad, un viento helado pasó como corriente de viento de huracán, me hizo resbalar y estuve a punto de caer. Logré aferrarme con todas mis fuerzas, me incorporé y logré llegar al otro extremo. No sería el único obstáculo. Más adelante, llegué a una peña, no había como subir. Con todas mis fuerzas tiré una soga hasta una piedra, halé y me amarré a la cintura, escalé, sintiendo a mi espalda el vacío, pendulando, jugando con la muerte ¿valdría la pena esa búsqueda?
Por fin, al lograr escalar del todo, pude ver un sitio, en medio de la cúspide de aquella montaña, como una cueva, con siete piedras enormes a la entrada. Caminé hasta llegar, adentro, todo era oscuridad. Encendí mi linterna y entré, en mi interior el temor a lo desconocido pero también las ganas de por fin saber si acallaría esa voz que no me dejaba en paz desde que apareció.
De repente, sentí como si hubiera pasado una sombra, o una presencia extraña por delante de mí. Alumbre con mi linterna pero no vi nada. El aire se puso denso, sentía que no podía respirar muy bien y sentí que caí al suelo.
Una voz me hablaba, me decía que debajo de la piedra con forma de búho, al fondo de la cueva, se encontraba un libro, no para ser leído con los ojos, sino con el sentir, pero que antes, debía escribir en él mi historia de vida con la tinta de una de mis lágrimas. Aquella historia era necesaria para que el libro por fin guiara por los caminos de la sabiduría.
Desperté, estaba recostado sobre unas rocas, sobre ellas hojas secas, supe que había estado inconsciente, pero recordé cada palabra de aquella voz. Busqué la piedra con forma de búho, la hallé, en medio de pinturas en las piedras que indicaban muchas historias en imágenes, al correr la piedra, encontré un libro color ocre, desprendía una luminosidad distinta, y al abrirlo, solo hojas en blanco. Recordé, que debía ser leído con el sentir y que debía escribir primero una historia en el con la tinta de una lágrima mía.
No sabía que historia escribir, y no lograba sacar una lágrima. Cerré mis ojos, e intenté ir en mi mente a otro lugar, uno que me conmoviera al punto de llorar…

Un guerrero, cruzó montañas buscando un tesoro perdido, un tesoro que por fin lo haría libre, que le permitiría estar con la mujer de sus sueños de nuevo, aquella mujer que dejó en una aldea lejana, con su hijo, mientras él, recorría caminos. Después de buscar en los siete reinos aquel tesoro, regresó derrotado a su hogar, con los pies cansados, las alas rotas, la armadura vencida. Al llegar, su aldea había sido saqueada por vikingos, todas las personas estaban muertas. Corrió con desespero, al llegar a la puerta de su casa, su esposa e hijo, muertos, yacían uno al lado del otro. Gritó, se dio golpes en el pecho, lloró y en ese momento entendió que había perdido su verdadero tesoro: a su hijo y esposa, y todo, por perseguir sueños de oro.

Al terminar de escribir, una lágrima se deslizó por mi mejilla, era la lágrima de mi sentir, que en esa historia, había escrito de todos los miedos que me poseían. Al caer en la primera página del libro, se desprendió una luz muy fuerte que le dio claridad a toda la cueva, se iluminó la montaña, y se me reveló un secreto: mira con el sentir. Pero… ¿no eran siete?
Sequé mis lágrimas, seguí mirando el libro pero se quedó otra vez en blanco... ¿Qué me faltó para poder leer todo el libro, qué misterio me faltó por resolver?
Salí de la cueva, por un lado maravillado por la revelación pero por el otro consternado porque sentía un vacío aún. Llevaba el libro para intentar descifrarlo después.
Descendí de la montaña, atravesé de nuevo los mismos obstáculos y llegué de nuevo a la vieja casa de madera. Cansado, me recosté, esperando de nuevo el sueño. A la madrugada, los mismos ruidos de la noche anterior me despertaron. Salí, de nuevo nada. Miré a la montaña, pero ya no había luces, todo estaba en silencio. A la mañana siguiente, busqué el libro, no estaba. Revolqué absolutamente todo, se había extraviado, desaparecido por completo. Regresé.
Ahora, de nuevo en la ciudad, camino cada mañana por las calles de concreto intentado descifrar que me faltó, que detalle omití. Busco en cada café, en cada mirada de transeúntes, en la lluvia, en las tardes de soledad, en cada esquina. Busco esa señal que me lleve de nuevo a aquel libro, a esa historia. No volví a escuchar esa voz en mi interior, pero cada medianoche, escucho los mismos ruidos en mi habitación, y por una extraña razón, al despertarme, siempre se desliza una lágrima por mi mejilla. 

#Relatos #Microcuentos

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