Llegó en la tarde gris, en
esa, en que todo había perdido sentido. En su piel, tatuajes que invitaban a recorrer
mucho más que historias. En su cabello, insinuación a despertares de caricias
entre los dedos. En la lluvia, caminaba como si fuera una gota más, como si
alrededor nada importara. Mientras su blusa se mojaba, ella, sentía la vida de
colores. Andaba por calles de concreto llenándolas de magia; ella, selva,
naturaleza. El café en sus ojos tenía momentos en donde el tiempo no existía. En
sus ojos las horas y segundos no existían. En sus labios, la miel era poca, imposible
no ver sus labios de vida en la contemplación del alba. También tenía sus días grises,
opacos, de esos días en donde se ocultaba del mundo y aun así, era radiante
como arcoíris en medio del sol y la llovizna. Su nombre no era pronunciable con
el alfabeto sino con el sentir, la sensualidad de su existencia, era ensueño. En
su piel tenía sentido ser beso.
Ella, era música, jazz, rock
and roll, clásica. Ella, era literatura, poesía. Ella, era arte…
Un día, desperté, y la empecé a
buscar en las esquinas, en los parques, en las bibliotecas, en cada rincón de
la ciudad de hierro. Sabía, que estaba allá, en la encantación esperando ser
sentida. Nunca la encontré, aunque la presentía. Cuando la dejé de buscar, apareció.
Ella, tenía el nombre de la vida, y quizás también, se llamaba locura.
#Microcuentos
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