domingo, 22 de septiembre de 2019

Vestigios de una hoguera


De repente, al verme en el espejo, vi en el cuello de mi camisa blanca, las huellas de unos labios rojos, sensuales, invitadores ¿De quién esos labios? ¿En qué descuido me dejaron la mejor invitación que haya recibido en la vida?
No sabía si era reciente o de un par de horas atrás, solo sentí la necesidad de buscar a aquella mujer enigmática: ¿Cómo sería? ¿A que sabrán sus labios? 
Era una reunión, de esas, de compañeros de universidad. La casa, llena de personas, amigos, familiares, pocos conocidos, muchas personas extrañas. Me gustaba bailar, era una de las cosas que mejor se me daban, así que iba a divertirme. Intentaba, con las mujeres que había bailado aquella noche, descifrar cuál de todas me dejó aquella marca de pintalabios. Mientras llevaba el whisky a mi garganta, cada detalle lo analizaba en cada una. Descarté a las mujeres que iban con pareja, descarté a dos mujeres que ya no estaban ¿Para qué una invitación así si no se deseaba llevarla a algo más?... así que, por supuesto, miraba los labios de las mujeres en aquella casa. Aparecían indicios de cuál podría ser, tenía cuatro candidatas. Las saqué de nuevo a bailar y de forma sutil, les fui preguntando, no sin antes conversarles y hacerlas reír. Tres lo negaron, la cuarta mujer, la más atractiva, que había descartado por eso mismo, me miró fijamente a los ojos, era la tentación hecha mujer y me dijo: quizá sí, quizá no, averígualo, tienes hasta el amanecer.
En medio de la tempestad en la mente, en el corazón y en el pantalón, miraba cada detalle de su fina presencia: era hermosa, su minifalda, la locura, las manos suaves, sus labios provocadores, sus ojos enigmáticos, su cabello negro como seda, caminaba con la sensualidad a flor de piel. Cuando bailamos, sentía su olor, su cintura dejarse llevar a mí, sentía sus senos como amaneceres de sexo. Ella, pasaba su mano por mi espalda y era imposible no sentir la excitación al mayor grado. No me atreví a insinuarle nada, estuve a punto de besarla, pero tanta excitación me intimidó.
Conversamos muy poco, cuando volví a bailar con ella por tercera vez, ya iba llegando el amanecer, y me dijo: dame tu teléfono, yo te llamo.
Saqué mi  tarjeta de presentación y se la entregué. Me abrazó, me llevó hacia ella fuerte, pasó su mano de nuevo por mi espalda, me dijo al oído: encantada de conocerte y me dio un beso casi en los labios, de esos besos que alcanzan a dejarte su sabor, y se marchó.

Esperé su llamada desesperadamente, no podía quitarme de la mente toda esa presencia de mujer. Cada llamada que me pasaban, creía era ella. Pasaron quince días y nada. Ya desistí de volver a conversar, o de algo más. Pasó un mes, aproximadamente, y la tarde menos esperada, recibí su llamada. Me citó esa misma noche.
Llévame a rumbear, necesito desestresarme, olvidarme de todo. Pedimos una botella de whisky, me miró a los ojos y me besó, me besó desenfrenadamente, pasó su lengua suavemente por mis labios, busco mi lengua con locura, llevó su mano a mi cabeza, y después de varios minutos me preguntó al oído: ¿Por qué no me besaste aquel amanecer? Cuando iba a responder, me volvió a besar, esta vez fue un beso más largo, y ella me besó como nunca lo habían hecho.
Bailamos, aquella noche, como dos amantes que se encuentran una sola vez en la vida. Al salir, me dijo:

-Vamos, sigamos la rumba…
- Pregunté: ¿En dónde?
- Respondió: ¡En mi cama!

Llevó mi mano a su entrepierna, se resbalaban mis dedos sintiendo sus medias veladas, su liguero y su encaje en medio de los muslos. Así, en la parte de atrás de aquel auto, me conducía a su lujuria, y a mí oído, su sutil forma de enloquecerme más: ya casi todo esto es tuyo.

Destapó una botella de vino, sirvió dos copas, regó en su escote su copa, tomó con sus manos mi cabeza y me llevó a beber el vino en sus senos, rompió los botones de mi camisa, me quitó el pantalón, yo quité su minifalda, rasgué sus medias veladas, pasé mi lengua con sabor a vino por todas las partes de su piel. Me miró a los ojos, con una mirada tan clara, tan llena de locura, de entrega, tan honesta y cómplice, me llevó  al abismo de su cuerpo, de su sentir en esa mirada, todo mientras me hacía el amor como jamás me lo habían hecho, danzaba encima de mí. Yo solo podía sentir esos movimientos como el temblor de vida, como el volcán más puro en dos cuerpos que por fin se conectan como se conectan rara vez en la vida.
Preparé el café, el desayuno y se lo llevé a la cama. No podía escapar de su mirada, de sus labios, de su seducción y de la elegancia de su desnudez.
Supe, que ella estaba comprometida, sin preguntarlo, las fotos en la sala me lo dijeron, eso no me incomodaba, y menos después de aquella noche. Me abrazó de nuevo a ella y me hizo una vez más el amor, se entregaba a mí, como si no fuera a existir otro momento para los dos, y en esa entrega me hacía saber, de la soledad que en su día a día la acompañaba. Y como la última vez, me dijo: yo te llamo.

Pasaron dos meses hasta que me volvió a llamar. Ella, no hubo un solo día y noche, en que no pasara por mi mente, y esa noche se lo hice saber. Fue un fin de semana de septiembre, el más inolvidable de mi vida, y el de ella también. Me llevó a una cabaña oculta en un bosque. Tres días con sus noches de entrega íntima, de complicidad, de música, de sexo desenfrenado, de dormir desnudos al calor de la chimenea, de contarnos que nos hacía reír y que llorar. Nuestros cuerpos, mentes y almas, se conocieron. Supimos, que éramos uno solo y seríamos uno solo. Ella, sabía, que sería el último fin de semana en que nos veríamos. Me dejó todo de ella, no se guardó nada para después, me lo dejó grabado en los labios, en mi mente, en mi cuerpo y en mi alma, ella me dejó a todas sus ellas en mí.
Cada septiembre la recuerdo, y sé, ella también me tiene en su mente. No necesitamos escribirnos, no necesitamos llamarnos, sabemos que nuestro secreto es eterno, sabemos que nos tenemos, así estemos en otras pieles, porque siempre seremos,  amantes eternos, y en nuestra piel las huellas que jamás se olvidaran, los vestigios de una hoguera, del fuego que nos hizo cómplices de la más sublime seducción, en una historia eterna y bonita de amor.




Ilustración: Edwin Giraldo
Escrito: Alexander Moreno

#Relatos

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