domingo, 25 de agosto de 2019

Carta de medianoche


La noche llegaba con el calor asfixiante, los ventiladores en las casas, llenaban de suaves sonidos la atmósfera de aquel pueblo caribeño, muy al fondo sonaba la canción “Tu fantasma” de Silvio Rodríguez. Descalzo, caminaba entre las habitaciones buscando ropa, la maleta, aquella carta que había escrito minutos antes y mi botella de whisky, no recordaba dónde la había dejado. En mi mente recreaba cada palabra escrita y preparaba el viaje para ir a buscarla una vez más.

Meses antes, recordaba, la tenía en mis brazos. En aquellas noches de calor, nos quitábamos la ropa y hacíamos el amor hasta quedar dormidos desnudos. No salía de mi mente esa imagen de ella, con su ropa interior de encaje negro, otras veces blanco, con sus labios seductores, con sus senos de encantación, sus grandes caderas de fuego, su cabello largo negro, no podía dejar de pensar en como se desnudaba para mi mientras bailaba al son de un bolero, como me hacía el amor sin mañanas, sin ataduras, sin prohibiciones, con todas las perversiones posibles. No salía de mi mente su caminar sensual, como cruzaba sus piernas frente a mí para llevarme a la locura, como con sus minifaldas me descontrolaban, al igual que sus caricias, su voz, su todo.
Ella, viajaba frecuentemente, era una mujer libre, a veces desde la selva, otras desde el mar, desde la montaña y desde las ciudades. Yo, no podía vivir tantos días sin ella, por lo cual siempre salía a buscarla, a hacerla mi hoy. Eso, a ella le perturbaba un poco, no estaba acostumbrada a tanta compañía, aún sabiendo, que me decía que me quería.
Salía a buscarla, no importaba dónde se encontrara, allá la buscaba. Le escribía cartas a medianoche, a esa hora, era mi yo más real, sin máscaras, lo que quedaba en esas hojas y líneas era lo más leal al sentir y a la verdad.

Esa noche de octubre, escribí mi última carta de medianoche, pero no lo sabía aún. Llevaba ya más de dos meses sin saber de ella, sabía que estaría en la selva, en un proyecto nuevo, incomunicada por la cobertura de señal del sitio, además, estaban construyendo una carretera nueva, no tendría acceso si iba a visitarla. Sentía como si fuera ayer que estábamos haciendo el amor, si hubiera sabido que esa iba a ser la última vez, le hubiera hecho sentir muchos más orgasmos de despedida. En la medianoche ya, tomé una hoja en blanco, empecé a escribirle sobre la falta que me hacía, que la distancia me daba a comprender que era el amor de mi vida, la necesitaba a mi lado y me necesitaba al lado de ella, no tenía mucho sentido tanta perturbación en mi mente por no estar con ella. Decidí, al terminar de escribir la carta, ir a llevársela personalmente, a buscarla, a hacerle el amor, la vida, el hoy, el siempre. Era muy impulsivo, no sabía si eso era bueno o malo. Llamé para que me recogieran y me iría a buscarla.

De pronto, llegó corriendo un niño y antes de partir me entregó una carta. Al abrir la carta, sentí de inmediato que el mundo se derrumbó a mis pies. Las palabras que derritieron mi tiempo fueron: fuiste muy especial para mí, pero cada uno debe continuar su viaje, en un mes me caso, creo que conocí por fin al amor de mi vida, ahora vivo en Medellín y te deseo una buena vida. Posdata: escribí esta carta a la medianoche, así como te gusta escribirlas a ti. Adjunto tarjeta de invitación a mi matrimonio, por si deseas venir. Sin rencores.

Cogí la carta, la rompí y la tiré a la calle. Maldita vida de mierda.
Saqué un cigarrillo, lo encendí, destapé mi botella de whisky, me llevé un trago a la garganta y fue inevitable no llorar. Una vez más el amor me ganaba.

#Relatos #Cuentos

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