martes, 25 de junio de 2019

La Tortuga Infinita

A mi hijo: no dejes de soñar nunca.


Cantaba, navegaba, reía, cruzaba mares, continentes, ríos. A veces sola, otras acompañada. Llegaba a playas de ensueño. Conoció sirenas, tiburones, ballenas, peces payaso, medusas, delfines. Era conocida en todas las comarcas del mar.
Desde pequeña siempre quiso ir más allá; en las noches claras, en la inmensidad del agua, miraba las estrellas y siempre imaginó que ese era otro mar, que estaba encima suyo, en el cielo. Soñaba algún día poder ir.
Navegó y navegó muchos años de su vida, pero una noche, cansada, no quería navegar más, se quedó inmóvil, se dejó llevar por la corriente.
Cuando despertó estaba en una isla muy lejana, sintió en su interior que algo se removió. De repente le volvieron las ganas de navegar, de reír, de cantar, de vivir. Una tortuga pequeña le dijo “Hola”, tenía una mancha en su caparazón igual a la de ella. Supo entonces que era su hijo.
Lo llevó por los mares, los ríos, las playas, los continentes, le enseñó la vida, a cantar, a reír, le presentó a los tiburones, las mantarrayas, a todos los animales del mar.
Pero ya, a los 150 años, era hora de partir. Llevó a su hijo a una isla que nadie conocía, le guió, y allí le habló de la vida. Le dejó sus secretos, sus fracasos, sus éxitos. Le dijo que siempre lo acompañaría, cuando tuviera miedo, ansiedad, siempre, que solo tenía que mirar al cielo, a las estrellas, desde allá lo cuidaría.
Cuando su hijo dormía, escribió en la arena “no dejes de soñar nunca” y poco a poco se fue elevando, voló por encima de los océanos hasta llegar al cielo, al universo. Esa noche cumplió su sueño de navegar entre las estrellas;  su mar ahora, sería su hijo.


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Escrito: Alexander Moreno
Ilustración: Edwin Giraldo  

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