El viento
helado de aquella mañana penetraba por las ventanas, en la respiración, en el
rostro. Eran las 04:55 am, no quería más días normales, llenos de cotidianidad,
de asfixia, necesitaba escapar de la realidad asesina. Así que decidió ir a la
montaña, caminar, respirar aire puro, vida. Se duchó, las gotas de agua
resbalaban por su piel desnuda como regando pétalos, su cabello mojado,
invitaba a la frescura de la mañana, su ropa interior negra, de encaje,
adornaba su silueta de guitarra, que en cada paso, llenaba de melodía con sus
caderas sensuales. Pintó sus labios de pasión con el rojo, carmesí invitación a
la locura, vistió ropa deportiva negra, tomó su café y salió. Al iniciar el
ascenso, una estela en el cielo, como una estrella fugaz, iluminó por instantes
aquel amanecer que poco a poco se presentaba. Era una buena señal para esa
mañana. Aquel camino de piedras llevaba a la cúspide, pero notó algo extraño
esa mañana. No se había encontrado a nadie, no sabía si era motivo de preocupación,
igual continuó caminando. Pasó por el túnel que se encontraba poco antes de
llegar al final, pero al salir, el camino fue diferente, lleno de grandes
árboles, salía un aroma diferente, y al lado del camino, girasoles de todos los
tamaños. Caminó, extasiada por la maravilla a sus ojos y pies, siguiendo el
único sendero hasta llegar a un prado, en donde los girasoles se mezclaron con
rosas rojas, vívidas, llenas de magia. Detrás de un gran árbol, un rayo de sol
salió con la intensidad de la explosión de una supernova y la invadió por
completo, una bruma salió del prado, la elevó al cielo, y allá, en una nube,
unas alas la envolvieron dejando en su piel la textura del universo en cada
poro de su feminidad.
Algo dentro
de ella cambió en ese momento, se sintió vida, naturaleza, aire, sol, y los
pequeños pedazos que la realidad había hecho en ella, se fueron uniendo de
nuevo. Sus cicatrices, sanaron, y de nuevo fue aquella mujer que no necesitaba
a nadie, y menos, que la hicieran dudar de sí misma.
De repente,
se encontró al final del camino de aquella montaña, como si todo hubiera sido
un espejismo, un portal secreto, una alucinación. De algo estaba segura, fue
una señal, un cambio, algo real para ella. Se sintió renovada, mujer, reina,
alegría.
Desde esa
mañana, el sol se convirtió en su cabello, las rosas en sus labios, los verdes
de los prados y arboles con el azul del cielo en sus ojos, el rocío y el aire
puro se convirtió en su piel, y el sendero en su cuerpo de sensualidad, que en
cada paso ilumina el camino de quien la rodea. Desde esa mañana, tiñó de
hermosura el aire de aquella ciudad más cerca de las estrellas, siendo ella,
dorada ensoñación, la estrella que alucina en las calles de concreto.
#Relatos #Microcuentos
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