Cuentan que los alebrijes nunca están tristes, por
el contrario, cada uno tiene la energía para contagiar de magia, colores y
vida. Pero esta historia es un poco diferente, en donde dos seres, por poco se
pierden en la desidia de la realidad. Todo empezó una noche de muertos, cuando
aquel colibrí multicolor, mágico, guiador, mientras volaba por aquel cielo
naranja, vio a un águila con fuego en sus ojos, arcoíris en sus alas, enorme, era
como ver el ensueño de todo alebrije. Pero en aquel pasaje, ese que existe
entre el mundo de los alebrijes y el de los humanos, algo sucedió en ese mismo
momento de ensueño cuando se estaban cruzando: un agujero negro absorbió
aquellos dos seres mágicos; dando vueltas y vueltas fueron trasportados a un
sitio desconocido para ellos. Después de varios minutos de incertidumbre, cada
uno, cayó a un lugar diferente en medio del ruido de ciudades que tenían
grandes edificios llenos de vidrios, calles negras con líneas amarillas, humo
entre gris y café en los cielos; los colores que antes adornaban sus mundos
habían desaparecido. En el caos reinante de los no colores, se empezaron a
buscar dos seres que estuvieron a punto de ser uno solo, pero que un destello
de extraña realidad, apartó.
No entendían cuál era su destino, parecía una
broma macabra, pero ¿de quién?
Poco a poco, la vida se convirtió en un sin
sentido de asfixia en lugares que arrastraban a la monotonía de tardes de
lluvia, de opacos cansancios, y allá, en la mente de cada uno, la esperanza de
volverse a ver aun persistía negándose a desparecer. Se presentían en cada
calle caminada, en cada café visitado, en cada autobús tomado; lo que no se
imaginaban era que estaban en la misma ciudad.
Al otro lado del silencio, en cada una de sus
madrugadas, se gritaban sus almas. Él, una tarde de abril, llegó por casualidad
a un café oculto en una calle poco concurrida. Entró, pidió un café oscuro y
sintió como si ese lugar fuera conocido, algo dentro de él, se lo hacía sentir;
una corazonada le avisaba un encuentro soñado.
Ella, en una tarde de frío y gotas, buscó donde
refugiarse del agua que mojaba la tristeza de no poder olvidar aquella mirada
que le devoró el alma. Por esas casualidades inexplicables, entró a aquel mismo
café y sintió esa misma sensación de conocer aquel lugar. Ambos, empezaron a
frecuentar aquel sitio, en donde por fin tenían un descanso, un momento de
aparente calma en medio de sus vidas de desasosiego.
En aquel café taciturno, mientras llovía a
cántaros, en la puerta se cruzaron y se tropezaron: al mirarse, sus ojos se
encendieron como relámpago en la noche más oscura. Y en esa mirada se invitaron
un café, el cual, se extendió por horas, mientras en cada palabra que
conversaban, se encontraban más y más.
Esa melancolía que acompañó sus vidas por un
tiempo, de repente, desapareció. En aquella habitación de hotel, mientras se
desnudaban y se recorrían la piel, sus cuerpos en éxtasis, se llenaron de
colores y en cada uno, floreció de nuevo el surrealismo de la magia.
Aquel colibrí volvió a su forma y con su pico
probó el néctar de la seducción, mientras ella, de nuevo águila, en sus poros,
arropó la lujuria de la búsqueda desenfrenada. Y cuentan, que ella, al llegar a
su orgasmo, un squirting de colores derramó, y por las ventanas de aquella
habitación, se desprendió una luz con la intensidad de un púlsar. Quienes
vieron ese destello, dicen, jamás habían visto algo tan radiante.
Y ahora, cada jueves, se encuentran en el mismo
café y en aquella habitación de hotel, se hacen de nuevo alebrijes.
#Microcuentos #Relatos