jueves, 11 de julio de 2019

Adiós extranjero

Llegó  una tarde de invierno. Aquel día, sería un día de mucho trabajo según su agenda. Junio para él tenía su magia, aunque parecía que a nadie le gustaba. Era la primera vez que visitaba aquel país, aquella ciudad del sur. Después de una ducha, salió sin perder tiempo, milimétricamente debía cumplir el itinerario, al siguiente día regresaría. El día trascurría normal, solo quedaba la última reunión y por fin a descansar.

Saliendo de aquella sala, ella lo observó, él no pudo escapar a su mirada, que con algo de timidez, le volvió a ocultar. Su cabello dorado, su vestido negro, le insinuaban un café, una conversación. No dudo en saludarla, al escuchar su acento, sintió una fuerza interna que lo impulsó a invitarla. Ella lo llevó por la calle Corrientes. En un café, empezó a llevarlo por la ruta de la noche. Mientras ella le contaba de la historia de la ciudad, para él era imposible no ver la transparencia de su blusa, la sensualidad de sus piernas debajo de la falda de ese vestido negro. Percibía una mujer de fuego detrás de ese atisbo de timidez. No paraba de mirarla a los labios y entendió que ella no le era indiferente cuando empezó a acariciar su cabello dorado mientras hablaba.

Pocas veces tiene un destino el encuentro casual que desborda las bajas pasiones. No le interesó preguntar si era o no casada, sus compromisos, él sabía que debía partir temprano y a ella no le incomodó eso. Salieron del café, la tomó por la cintura y la besó, no lo resistió, ella se dejó llevar. En la habitación del hotel, casi tan pronto entraron, la besó de nuevo, la llevó contra la pared, llevó su mano a su entrepierna levantado la falda del vestido, empezó a quitarle la blusa, llevó sus manos a sus caderas con frenesí. El encaje negro, toda su transparencia de locura, lo convirtió en esclavo de ella. Le quitó la ropa interior con la boca, con su lengua llegó a su templó, la saboreó con pasión, con lentitud, quería sentirla temblar, sentir su río de pasión encima. Entre gemidos incontrolables la hizo suya, ella lo hizo su extranjero. Ella dejó las marcas del deseo en su espalda, rasguños de placer en una noche cómplice, en la habitación 317, en la habitación del pecado del sur.

Cuando él despertó, en la cama, había una nota con la ropa íntima de encaje de ella: Adiós extranjero, si decidís volver, ya sabés donde buscarme.

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