jueves, 11 de julio de 2019

Crepúsculo rojo


A  Gloria.


Hicieron el amor, la vida, la noche, ella era la ensoñación hecha vida, la mujer más hermosa nunca conocida. Se despidió de ella dejando un café, el desayuno, una flor y una nota en la cama mientras ella dormía: “me fascinas”.
Ese día de julio sería, sin saberlo, el inicio del apocalipsis. Viajaba a visitar a un tío que hacía bastante no veía, era un viaje de dos días. Bajó del autobús, inició su ascensión por la montaña; al llegar a la cumbre, era ver un paisaje soñado, el frío del páramo blanqueaba su barba dejándola llena de escarcha, en lo alto era observar como si se estuviera en la cima del mundo. Llegó justo cuando el sol empezaba a asomarse y llenaba de vida todo el horizonte. Descansó unos minutos y empezaría ahora su viaje bajando de aquella maravillosa cúspide.
Treinta minutos después, entró a aquella selva que conducía por fin a la cabaña en medio del bosque. El camino, casi borrado por la espesa vegetación, era más  difícil de andar, le tocó parar varias veces para saber si iba por el camino correcto. Esto le tardó más tiempo del que inicialmente tenía presupuestado.
Por fin pudo ver un árbol muy alto que era la señal de que a casi quinientos metros, estaba la cabaña, era un alivio después de cuatro horas de caminar llegar al destino esperado. Al acercarse le pareció extraño no ver humo por la chimenea de aquella vieja cabaña. Al llegar, manchas de sangre por todo el piso, todo al revés, una escopeta en el piso y fue imposible no pensar en el suicidio. Llegó a la cocina, el olor era putrefacto, y ahí, encima de la su vieja mecedora, el cadáver.
El cráneo estaba perforado, no había sesos, lo extraño era que no parecía por balas de la escopeta, era más bien como abierto por algo, pero no podía imaginar qué. Al revisar la escopeta, como lo imaginó, estaba sin disparar ¿Qué le sucedió entonces a su tío?
La casa más cercana estaba a dos horas de camino a pie, al salir y buscar en los alrededores se dió cuenta que los animales también estaban muertos, los caballos, las vacas, todos, con las mismas marcas en el cráneo y sin sesos. El misterio llegó a su mente, igual la perturbación por esa escena, era como una imagen de una de las películas, y con algo de humor negro recordó,  de las que veía con ella, porque le gustaban.
Devolverse ya era casi imposible porque llegaba la noche, por ese bosque sería improbable caminar. Caminó entonces hacía la casa más cercana a dos horas. Solo le quedaba una hora de la luz natural del día, así que apuró el paso.
Al llegar a la casa más cercana, vio con terror, que había sucedido lo mismo. Las personas muertas, con agujeros en el cráneo y sin sesos ¿Qué hacer ahora?
No podía aún creer lo que sucedía, no era racional. Escuchó ruidos cercanos, como pisadas en el bosque que llegaba a esa casa. Salió, al ver lo que a sus ojos se presentaba, se quedó aturdido, perturbado, absolutamente todo perdió sentido, era algo imposible, pero lo estaba viendo, de frente.


Ella, en la ciudad, al ver las noticias a la mañana siguiente de la partida de él, sabía lo que tenía que hacer. Fue al viejo cuarto de san alejo, sacó la mochila que tenía guardada para casos de emergencia. En medio del caos pensó que había sido buena idea estar lista para lo que en su mente ocurría al ver tantas películas de zombis. Había agua, comida no perecedera, linterna, radio, pilas, impermeable, carpa, y lo que cupo en la mochila. Condujo en su camioneta por la calles de esa ciudad que parecía un mar de sangre, aterrada veía hacerse realidad lo que muchas veces disfrutó. Seres inertes que cobraban vida, comían todo ser vivo que encontraban a su paso, les despedazaban los cráneos y comían los sesos ¿Qué era eso, como sucedió? las calles llenas de histeria, el pavor inundaba el aire, las autopistas colapsaban, pero ella sabía a donde dirigirse.
Un monumental trancón no dejaba transitar los autos, por las ventanas entraban aquellas criaturas del terror, mordían, mataban. Sacó del baúl de su camioneta una escopeta, municiones y empezó a disparar sin detenerse. Volaban las cabezas mientras ella disparaba, en el piso, aplastaba sus cabezas con furia. Caminaba hacia el refugio que ella misma había construido.
De repente se le acabaron las municiones, tomó del piso un bate y empezó a golpear cabezas, en medio de lo crudo de la realidad, lo disfrutaba, parecía que era la única preparada para esa situación. Con su mochila a la espalda, salpicada de sangre, seguía caminando; encontró una bicicleta y continúo su viaje en ella.
Existía una laguna, en medio de aquella ciudad, la cual en su mitad tenía un pequeño islote. Le había tomado un tiempo largo construir una especie de bunker. Solo se podía llegar en bote. Ese era un escape que ella tenía, allá, iba cuando quería escapar de la cotidianidad a veces de sus días, o cuando llegaban días de los cuales no quería saber de nadie. Caminaba descalza por la pequeña playa, se liberaba. Ese paraje oculto en medio de aquella ciudad sería su salvación.
Llegó, se ocultó, encendió una lámpara allá guardada y encendió un viejo radio de aficionados. Lo último que escuchó en ese viejo radio fue: a las 06:00, de mañana, será el crepúsculo rojo.
Miró aquel amanecer y vio en el cielo una luz roja, como una explosión, inmediatamente en el horizonte una nube de polvo, de fuego rojo empezó a extenderse hacía todas las direcciones, corrió, bajó a su bunker y se refugió.


Atónito, no se podía mover. Su tío, al que vio muerto, llegó entre el bosque, en uno de los caballos que había visto muertos. La cabeza agujereada, al igual que la del caballo, los ojos en blanco, baba en su boca, así, como si lo olfateará, empezó a perseguirlo. Corrió lo más rápido que podía entre el bosque, ya de noche no veía nada, corría sin rumbo, la oscuridad era aterradora, solo su instinto de supervivencia lo movía. Sentía a su espalda una respiración que lo asediaba, escuchaba que lo alcanzaba, pero era como estar corriendo en el lado oscuro de la luna. Cayó por un acantilado, rodó entre la vegetación y quedó inconsciente. A la mañana siguiente despertó al lado de una quebrada, le pareció conocida y sabía que así podría llegar al pueblo más cercano, tenía fracturada una pierna, por lo que llegar al pueblo le fue muy difícil. Al llegar al pueblo, todo era una imagen surrealista, las calles empedradas llenas de sangre, las viejas casas del pueblo destruidas, cadáveres por doquier. Empezó a llover y las calles se transformaron en un río de sangre que corría buscando el cauce de la desolación y el terror. Sabía que no podía quedarse allí ni perder tiempo, le parecía volver a ver a su tío detrás, percibió que todos esos cadáveres se levantarían y lo perseguirían hasta comerlo. Entró a un almacén, vio un teléfono y la llamó a ella. Intentó tres veces y nada, se iba al buzón de mensajes.
Desconocía que esa misma situación ya sucedía en la ciudad. Volvió a llamar, dejó un mensaje de voz: te amo, estoy bien, intentare por cualquier medio llegar allá. En ese preciso momento se escuchó el ruido de una puerta, el sonido de vidrios rotos. Él, gritó, decía no, varias veces, los gritos crecían, ya eran de dolor, agonizantes y todo quedó en el más profundo silencio.


En aquel bunker improvisado había guardado todo lo necesario para sobrevivir un mes. Había apagado su celular para guardar la batería. Lo encendió, solo le quedaba el 2% de batería y escuchó el último mensaje que él le había dejado. Salió al mes, todo estaba destruido, regresó a la ciudad, a su casa. Las calles, todo, quedó totalmente destruido ¿Cómo volver a empezar? Pero ella, valiente, logró levantarse, y de en medio de las cenizas reconstruyó toda una ciudad, un imperio de almas luchadoras.
Al cabo de un año, después de toda la tempestad y que desapareció por completo el terror, ella, decidió ir a aquella vieja cabaña en el bosque, a donde él había viajado justo el día del apocalipsis.
Al llegar, aún las muestras de la muerte en el ambiente. Entró a un cuarto y encima de un escritorio, muchas hojas. Las empezó a ver y leer, varias notas de amor, poemas para ella y unos planos de lo que parecía otra cabaña. Al respaldo de esos planos una nota y el nombre de una ciudad, con una ruta de llegada.
Viajó a la ciudad mencionada en esos planos, preguntó a los habitantes del sector qué dónde quedaba. Una carretera conducía por paisajes verdes, llenos de vida, flores, cielos azules, montañas a los lados y de repente, una vista a una playa.
Llegó a una cabaña en madera casi terminada, llena de muchas ventanas, de pájaros multicolor. Al entrar, en una pared, un mensaje: sé que el frío no es lo tuyo, lo tuyo es la calidez, y acá, el calor de un hogar; yo solo quise regalarte un universo a donde escapar.

#Relatos #Cuentos #ÁcidoNeurótico 



No hay comentarios.:

Publicar un comentario