Todo estaba en el silencio más
perturbador, la oscuridad reinaba, las sombras eran las dueñas de la vida. En
el reloj, las 3:17 am. En una habitación a la oscuridad, en aquel viejo
edificio de la calle 66, en el piso 6, una presencia extraña llegaba a alterar
el silencio, a quitar la calma. En la mente, un viejo piano empezó a sonar,
lento, llevando a Louis por un sueño de misterio. En las paredes, grandes
arañas tejían una trampa. Del techo, se desprendían trozos de madera, que al
caer dejaban entrar la lluvia, y en la oscuridad aterradora de aquel sueño,
apareció una dama de negro. Aquellas arañas se convertían en perros negros, las
telarañas se convertían en lasos de sangre que empezaban a resbalar por las
paredes. Empezaron a entrar criaturas negras con alas de fuego. La sangre que
llegó al suelo, comenzó a formar corrientes, como río turbulento, y en esas
aguas de rojo, se veían rostros con ojos blancos, ojos de locura.
Una gota de sudor resbaló por
la frente de Louis, y despertó como si un tsunami hubiera pasado por su mente.
Aún la oscuridad de la madrugada reinaba en esa habitación, pero eso mismo
pasaba ya muchas noches, meses, incluso. Como una alucinación, sintió un charco
en el suelo, sus pies descalzos lo sintieron, y al ver, una mancha de sangre
cobró vida. Salió una criatura endemoniada,
empezó a trepar por sus piernas, quemaba, llegó a su estómago, a su
garganta, a sus ojos, lo miró profundamente, quitó el aire, por dentro empezó a
secar, exprimió el sentir.
El hambre se apoderó pero no
había nada. Uno a uno cada segundo taladró en la mente, ya no existía algo a
qué aferrarse, sintió como caía a un abismo de la mano de una dama de negro, oscura,
fría, pusilánime. Desesperado, intentaba sacar de su cuerpo esa asfixia y
quitar de la mente esa presencia. Se miró al espejo pero ya no se reconoció. Un
espectro siniestro vio reflejado, sin luz, sin vida, al fondo de esa mirada,
una penumbra desoladora. La angustia de estar vivo consumía las manos, que
apretadas, daban golpes al espejo. Ya no aguantó más, cada hora luchada fue en
vano, cada década vivida, un vacío interminable de superficialidad. La locura
vestida de dama oscura, lo supo y llegó a reclamar esa alma, ese cuerpo
carcomido por los cuervos que dejaron de ser mariposas.
Las paredes empezaron a
acercarse triturando todo. La vista dejó de mirar al espejo, los ríos de sangre
empezaron a formal olas en lo pequeño pero inmenso de su mente desenfrenada, su
sangre, por dentro se detenía formando nudos que quitaban cualquier atisbo de
vida. Una mano se estiró y lo tomó. Saltaron a un agujero negro que llevaba a
no caer en algún lugar, errantes en la nada. Y mientras caían, en su mente,
pasaron todas las imágenes de su vida, una a una, las risas, los orgasmos, los
regalos de niño, el primer beso, el hogar, todo. Ya nada tuvo sentido.
La mano que lo sostuvo fue la
soga que colgó del techo, el abismo y agujero negro, los segundos que duró en
extinguirse su vida cuando quitó la silla y dejo su cuerpo pendular en el aire
hasta suicidarse. La locura convertida en muerte acabó con la primera víctima,
que cobarde, o valiente, puso fin a una historia. Pero aquella huella de la
dama de negro, de la locura asesina, de la penumbra sin compasión, no sería la
primera.
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