Era un día, quizás, como cualquier
otro, pero para los demás. Para él, era domingo de ir al parque con su hijo, y
eso, era lo mejor del mundo. Sí, escapaba de ese mundo lleno de realidad, de asfixia,
de noches largas de insomnio, de dolores de cabeza, de ansiedad, estrés. Pero
ese día, se olvidó de todo. Jugando fútbol, corriendo, viendo los ojos de su
hijo iluminarse como constelación de Orión, la vida tenía total sentido. De
pronto, empezó a llover, pero en vez de correr, se mojaron jugando con la
lluvia, que cómplice, los acompañaba en esa tarde diferente. Saltaron de charco
en charco, se ensuciaron mucho más que los zapatos, pero reían, con las gotas
como compañeras de juego.
En un abrazo de cielo, culminó
aquella tarde.
Rumbo a su casa, como casualidad
de lluvia, aquella mujer, con los ojos de cielo de agosto, con el cabello como
lluvia de abril, lo miró. Algo se iluminó, era perfecta. De repente, ella, le
miró los zapatos sucios, llenos de lodo, de mugre. Y con esa mirada, que solo
las personas interesadas tienen, lo miró de nuevo. Supo, que los zapatos
mugrosos, evitaron que la conociera. Quizás se salvó, y cada noche, sueña, con
esa mujer, que no le mire los zapatos, sino su mente.
#Microcuentos #ÁcidoNeurótico
No hay comentarios.:
Publicar un comentario