miércoles, 2 de octubre de 2019

Ella, tenía el nombre de la vida

Llegó en la tarde gris, en esa, en que todo había perdido sentido. En su piel, tatuajes que invitaban a recorrer mucho más que historias. En su cabello, insinuación a despertares de caricias entre los dedos. En la lluvia, caminaba como si fuera una gota más, como si alrededor nada importara. Mientras su blusa se mojaba, ella, sentía la vida de colores. Andaba por calles de concreto llenándolas de magia; ella, selva, naturaleza. El café en sus ojos tenía momentos en donde el tiempo no existía. En sus ojos las horas y segundos no existían. En sus labios, la miel era poca, imposible no ver sus labios de vida en la contemplación del alba. También tenía sus días grises, opacos, de esos días en donde se ocultaba del mundo y aun así, era radiante como arcoíris en medio del sol y la llovizna. Su nombre no era pronunciable con el alfabeto sino con el sentir, la sensualidad de su existencia, era ensueño. En su piel tenía sentido ser beso.
Ella, era música, jazz, rock and roll, clásica. Ella, era literatura, poesía. Ella, era arte…
Un día, desperté, y la empecé a buscar en las esquinas, en los parques, en las bibliotecas, en cada rincón de la ciudad de hierro. Sabía, que estaba allá, en la encantación esperando ser sentida. Nunca la encontré, aunque la presentía. Cuando la dejé de buscar, apareció. Ella, tenía el nombre de la vida, y quizás también, se llamaba locura. 

#Microcuentos

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